27 mar 2016

~Unexpeted Plan~ Capítulo 4

Gracias a las chicas de Facebook de Onodera Ritsu "Sekaiichi & Junjou" por compartir esta historia. ¡No olvidéis darle Like!

No olvidéis marcar "Me gusta" o "No me gusta", votar en las encuestas y dar vuestra opinión en los comentarios. Y recordad recomendar esta historia si os gusta a otras personas que pensáis que la pueden disfrutar.




|4| Silencio

Kazuma tenía sólo trece años cuando conoció a Shizuka. Inmediatamente le llamó la atención. Era una chica no muy alta, de aspecto dulce y tranquilo, con una pequeña sonrisa adornando su semblante. Tenía la piel blanca en contraste con su corto cabello oscuro y unos bonitos ojos marrón claro. Era amiga de Rina, lo cual era bastante extraño teniendo en cuenta el hábito de su hermana de comportarse como una matona. Shizuka era diferente. Callada, amable, y con una mirada tierna para todo el mundo, incluido Kazuma. Cuando sus ojos se cruzaban, ella le dedicaba una tierna sonrisa acompañada de un tímido saludo. Y de esa forma él se acabó enamorando por primera vez.
Lo cierto era que por aquel entonces Kazuma no tenía ningún interés en el amor, tener novia o relaciones sexuales, a diferencia de sus amigos y compañeros de clase, quienes no eran capaces de pensar a menudo en nada que no fuera la parte inferior de su cuerpo. Hasta que no se enamoró de la mejor amiga de su hermana, no empezó a sentir curiosidad por aquellas cosas. La inocencia lo dominaba y deseaba que el tiempo pasara deprisa para crecer lo suficiente y ser lo bastante valiente para declararse a Shizuka. Porque al fin y al cabo, ¿cómo una chica de dieciocho años se iba a fijar en un crío de trece?
Día tras día la veía entrar en la habitación con su hermana y él se quedaba en la puerta intentando reunir el valor para llamar a la puerta y entrar aunque Rina lo echara literalmente a patadas. Pero al final, nunca lo hacía.
Un día que su madre iba a subirles la merienda, él se presentó voluntario para hacerlo, arrebatándole la bandeja de los dedos y subiendo las escaleras corriendo, sin tiempo a que su madre le respondiera. Se detuvo frente a la puerta, nervioso. Carraspeó, llamó y abrió.
—Em... yo... La... la merienda...
No obstante, tuvo la mala suerte de tropezó con la alfombra y lo derramó todo justo frente a Shizuka.
—Mierda —murmuró avergonzado.
—¡Mamá! ¡¿Por qué has dejado que el manos-de-trapo nos trajera la merienda? —gritó Rina enfadada—. Enano, me has manchado la alfombra.
—Da igual, yo mismo te la limpiaré después —dijo él intentando no mirar a Shizuka directamente mientras recogía.
—Voy a por unos paños. —Lo fulminó con la mirada antes de salir.
—¿Estás bien? —preguntó Shizuka acercándose a él.
Él no respondió y ella empezó a recoger los trozos de pastel junto al chico. Éste intentó detenerla, pero la voz se quedó en su garganta.
—No te preocupes. Rina-chan es siempre así. Aunque tú deberías saberlo mejor que yo. —Hizo una pausa—. De todas formas, no ha sido culpa tuya. Yo también estuve a punto de caerme muchas veces. —Se rio para sí misma—. Ese lado de la alfombra se enrolla y se queda levantado. Si no se tiene cuidado, puedes tropezarte y caer.
—No tiene sentido que intentes consolarme —soltó Kazuma con tono desagradable. Y se llevó la bandeja con él.
Desde ese día perdió toda confianza. Se odiaba a sí mismo por haberle respondido de esa forma. No conseguía valor para disculparse. Y empezó a evitarla. Sentía vergüenza por su comportamiento, y quizá su inseguridad fue lo que provocó que siguiera a sus amigos aun cuando éstos empezaron a pegarse con chicos de otros colegios. Antes de que se diera cuenta, estaba integrado en una banda callejera.
Los meses fueron pasando y vio a Shizuka entrar todos los días en su casa e intentar saludarlo, pero él fingía no darse cuenta. Cada día que pasaba se avergonzaba más de sí mismo. Ya no era el hecho de haber hecho el ridículo delante de ella o la manera en la que le había respondido, sino en lo que se había convertido. No se trataba sólo de Shizuka, sino de él mismo. Aunque quisiera, ya era tarde para salir de ese mundo. Lo único que podía hacer era no meterse en peleas. No obstante, a veces aparecía con algún moratón y sus notas empezaron a bajar considerablemente. No es que fuera de los primeros de clase, pero sí sacaba buenas notas... hasta entonces. En ese punto había dejado de ser feliz. No encontraba motivación, no buscaba ayuda, y la incomprensión de sus amigos iba haciendo mella en él. No entendían qué era lo que no le gustaba a Kazuma de esa vida, por qué prefería ir al club de atletismo y por qué no tenía interés en perder su virginidad. También se negaba a tomar alcohol y otras sustancias. Aun así, se esforzaba por ser aceptado. Le daba miedo la soledad y por ello no era capaz de abandonar esas amistades dañinas.
Los años fueron pasando y la cosa no mejoraba. Rina confesó llevar un tiempo enamorada de un detective de policía llamado Kiyoshi Suzuki, con el que se acabó casando nada más cumplir la mayoría de edad. Ambos tenían un carácter muy similar y se comprendían mutuamente, de manera que fue natural que terminaran juntos. Con una pareja tan divertida casándose, todo el mundo disfrutó de la boda. Incluso Kazuma no pudo evitar sentirse un poco feliz al ver que Shizuka lo miraba desde lejos y después se giraba, disimulando. Por un momento quiso pensar que aunque él tuviera sólo quince años y ella veinte, tenía sentimientos por él. Algo tan pequeño como eso fue capaz de aliviar su tormento por un instante.
Un día, cuando hubo cumplido los dieciséis, apareció con pendientes en las orejas y fue la gota que desbordó el vaso por completo. Los padres de Kazuma, cansados de advertirle y aconsejarle, se sintieron especialmente furiosos cuando vieron las perforaciones que se había hecho él mismo sin permiso ni precauciones de ningún tipo. Sin embargo, eso había sido lo único que había hecho en mucho tiempo porque realmente quería y no por seguir a su grupo. Y por ello se sentía fatal, pero lo que lo ponía más furioso era que le estaban regañando frente a Shizuka, quien había ido a ayudar a la madre de Kazuma a preparar los regalos y objetos necesarios para el parto de Rina. La chica miraba sorprendida la escena, sin saber si intervenir o quedarse callada.
Tras pronunciar sus padres el castigo, Kazuma se fue corriendo escaleras arriba sin poder soportar la humillación durante más tiempo. Sintió el impulso de arrancarse los pendientes uno por uno, pero no lo hizo. En cambio, se tumbó en la cama y cerró los ojos, esperando que terminara el día. Pero si esperaba que sus padres lo dejaran en paz, se equivocaba. Al rato lo llamaron, diciéndole que acompañara a Shizuka a su casa. Sin ser capaz de objetar, cogió un paraguas y salió al exterior junto a ella.
Durante el trayecto ninguno abrió la boca. Escuchaban el sonido de la lluvia golpear sus paraguas y el suelo. Todo estaba tranquilo. Menos ellos dos. Y finalmente, uno de ellos decidió romper el silencio:
—Kazuma-kun, ¿por qué me evitas?
—Yo no te evito.
Shizuka endureció su rostro y se posicionó frente a él.
—Sí, sí que lo haces.
Kazuma apartó la mirada y se movió a un lado para poder pasar, pero Shizuka se volvió a poner delante.
—Aparta.
—No hasta que me digas la razón.
—Aparta.
La agarró de los hombros y la hizo girar sobre sus talones. Ella lo imitó, desafiante, y los paraguas de ambos cayeron al suelo. Entre giro y giro, Shizuka se resbaló con los charcos y Kazuma tiró de ella, abrazándola, sin pensar. La joven se despegó de él y recogió ambos paraguas, mientras que el chico se había quedado petrificado. Sacudió la cabeza.
—Tus padres están preocupados por ti, ¿sabías? ¡Y yo también! —Le entregó el paraguas—. Y como ya estoy cansada de que me evites, me he presentado voluntaria para hacer de tu profesora particular.
—¡Eso no es necesario!
—Tus padres no piensan igual. Tus notas actuales dan asco, y yo quiero que dejes de evitarme, por eso les pedí que me acompañaras. De otra manera no podría hablar contigo.
—¿Por qué te importa tanto eso? Sólo eres la amiga de mi hermana, no tienes nada que ver conmigo.
—¿Y a ti qué más te da? ¿Tan malo es?
—No, pero...
—Entonces —interrumpió—, deja que te de clases. No pierdes nada, ¿no? —Se detuvo frente a su casa—. Y por cierto, no me gusta que estés en una banda callejera, pero... —Se giró un momento hacia él—. Creo que esos pendientes te sientan muy bien. ¡Nos vemos!
Las palabras golpearon al chico una tras otra y se quedó anonadado, paralizado, mientras veía a Shizuka entrar en su casa. Pasaron unos segundos antes de que reaccionara y después sólo quería correr y correr. Y sonrió. Estaba feliz. Muy feliz. Era sorprendente cómo un pequeño detalle podía alegrarle tanto el día.
Y así empezaron las clases con Shizuka, quien era más estricta de lo que parecía en un primer momento, pues en cuestiones de estudios, no era nada tranquila y llegaba a mostrar un lado sádico que Kazuma nunca hubiera imaginado. Aun así, resultaba divertido. Estaba con la chica de la que estaba enamorado y ya tenía una excusa para no ir a esas peleas ni reuniones de bandas callejeras.
Conforme los meses fueron pasando, las notas de Kazuma empezaron a subir, e incluso se le podía ver sonreír con mayor frecuencia. Shizuka también parecía más contenta. Y así prosiguió hasta fin de año. Pese a lo cansado que estaba por la limpieza general, la joven lo obligó a sentarse frente al escritorio, lo que a Kazuma le pareció algo de lo más cruel. No obstante, había intenciones ocultas tras esto, y cuando menos se lo esperaba se encontró una cadena con un anillo colgando de su cuello.
—¿Qué es esto?
—Eso es un anillo que perteneció a mi abuela. Es muy importante para mí, así que no lo pierdas.
—¿Por qué me lo das entonces?
—Porque ya que no parece que vayas a salir de esa estúpida banda callejera, quiero asegurarme de que estés a salvo.
—¿Y esto me protegerá?
—No digas «esto» como si fuera basura.
—Lo siento.
Shizuka se cruzó de brazos.
—Quiero que me lo devuelvas antes de que finalice el año.
—Pero si sólo queda hora y media para que termine.
—No me refiero a este año, idiota, me refiero al que entra. Pero no podrás devolvérmelo a menos que salgas de esa banda callejera.
—Pero...
—Prométemelo. —Kazuma bajó la vista y miró el anillo, asintiendo con la cabeza. Shizuka sonrió—. Y... una cosa más... —Se inclinó levemente hacia él, besándole la frente—. Feliz décimo séptimo cumpleaños, Kazuma-kun.
El chico estaba sorprendido. Un calor repentino subió a sus mejillas tiñéndolas de rojo y empezó a sentirse inquieto. Él había nacido el 31 de diciembre, a las diez y media de la noche, diecisiete años atrás. Pero, ¿cómo podía saber Shizuka no sólo el día, sino también la hora?
Inmediatamente, se giró en la silla y empezó a hacer las operaciones de Matemáticas que Shizuka le había puesto momentos antes. Ella, que sólo lo había hecho como excusa, no podía entender su interés por terminarlas y le quitó la libreta, lo que provocó una pequeña discusión con la que Shizuka no pudo evitar reírse. Kazuma, por el contrario, se sentía nervioso y necesitaba el cuaderno para no pensar en aquel beso, que aunque no había tocado sus labios, para él supo a miel.
Pasaba el tiempo y Kazuma cada vez se sentía más enamorado. Se quedaba por horas mirando el anillo, embobado, y recordando aquel cumpleaños una y otra vez. Se distraía con facilidad durante las clases, pero aun así mantuvo su media de buenas notas porque Shizuka siempre estaba ahí para explicarle y animarle. Sólo quedaba reunir el valor para abandonar la banda a la que llamaba «amigos» y para declararse a Shizuka... Y eso lo hizo sonrojar. Ahora que se daba cuenta, ya tenía edad suficiente para hacerlo. Al haber renunciado a ella de una manera tan repentina, nunca había prestado atención al tiempo que transcurría, y como ella no había salido con nadie, no tuvo la oportunidad de experimentar el miedo a perder para siempre a la persona que amaba. Y en esto estaba pensando el día que todo cambió.
Sus amigos le pidieron ayuda para una pelea con una banda de la Escuela del Este porque uno de sus miembros se había acostado con la novia de uno de ellos, así que Kazuma accedió con la condición de sólo mirar. No obstante, en el momento en el que vio la hoja de la navaja brillar, no pudo evitar abalanzarse sobre los chicos del otro colegio. Eso era juego sucio, y él no lo soportaba. Pero entonces alguien tiró de la cadena de su cuello y esta se rompió, cayendo el anillo al suelo. Notó el roce abrasador de la cadena resbalando por su piel, cortándole, hiriéndole.
—¿Quién es tan gilipollas como para llevar cadenas en el cuello a una pelea?
Recibió un último puñetazo en la mandíbula antes de presenciar cómo pisaban el anillo y éste aparecía roto debajo del pie del delincuente. Eso fue lo que lo causó todo.
Kazuma sintió la ira encenderse en su interior. Un calor devastador lo invadía. Un sentimiento capaz de destruir todo a su paso. Lo que ocurrió después quedó borroso en su memoria. Recordaría a sus amigos gritar su nombre, pedirle que se detuviera. También el movimiento repetitivo de su pierna y su pie golpeando la blanda carne, el ardor de sus heridas y moratones, el cómo su puño golpeó algunas narices... y la sangre.
Se dejó caer, derrotado, en el suelo, mientras que los del otro colegio huían despavoridos. Kazuma mantuvo su mirada perdida. ¿Qué había pasado exactamente?
Echó un vistazo a sus manos llenas de sangre. No quedaba claro si era sólo suya o mezclada con la de alguien más. Y esa idea lo acobardaba. Le asustaba pensar que era capaz de hacer lo que había hecho. Pero ese anillo era importante para Shizuka. Ella se lo había confiado.
Escuchó a sus amigos rodearlo. Ninguno se molestó en detenerlo o defenderlo. A ninguno le importó que todos se fueran para él y le pegaran una paliza. Ni que se volviera una bestia descontrolada.
—Esta será la última vez que salga con vosotros —dijo con firmeza.
—¿Cómo?
—No quiero seguir con esto. Esto no es para mí.
—¿Conque sí, eh? —El líder le dio una patada con el estómago y un puñetazo en el pómulo—. Eso para que aprendas a ser fiel, cabrón de mierda. Vamos. Dejemos que este nenaza se las apañe solo.
Kazuma se quedó solo sentado en el cemento. No quería moverse. Le dolía todo. Notaba cómo se le hinchaban el ojo y el labio. Y dejó su mirada perdida y su mente en blanco. No había nada. Él no existía.
Sin saber cuánto tiempo había pasado y cuándo había empezado a llover, apareció Shizuka frente a él con un paraguas en la mano y una expresión triste en su semblante. Se agachó frente a él y susurró:
—Kazuma-kun, vamos a casa.
Dejó que le agarrara la mano y que lo guiara. No importaba a dónde lo llevara. No importaba nada. El problema era cómo le iba a decir adiós. Tenía mucho miedo de lo que había pasado. El enorme sentimiento de culpa que invadía su corazón era horrible y le dolía más que su nariz sangrante, su ojo morado o su labio roto y sus moratones. En un momento dado se dio cuenta de que en su bolsillo había caído la navaja que le había quitado al otro chico, y eso lo hizo sentir peor. Entonces recordó cómo había pegado lleno de rabia al que había pisado el anillo... Para empezar, había sido culpa suya llevarlo a una pelea aunque nunca pensara que fuera a participar.
La casa de Kazuma estaba vacía. Él se sentó en la cama y Shizuka frente a él en la silla del escritorio con una toalla, alcohol y algodón. Le limpió la sangre de la nariz, intentando no mirar directamente esos ojos tan tristes que la observaban. Parecía derrotado, rendido. Y aquel cardenal en su ojo y su labio reventado...
—¿Puedes quitarte la camisa? —pidió para seguir curando las heridas.
El chico se despojó de la parte superior de su gakuran¹ y entonces ella vio la rozadura en su cuello que le había hecho la cadena al romperse. Shizuka lo miró horrorizada.
—¿Lo llevabas durante la pelea?
—Sí. Pisaron tu anillo y se rompió. Lo siento —respondió de forma pausada.
La joven empezó a llorar. Llevaba tiempo reteniendo esas lágrimas, pero ya no pudo más.
—Lo siento, Shizuka, de verdad.
—¿Crees que lloro por el anillo? Nunca debí dártelo. En vez de protegerte te ha puesto en peligro. Si lo hubiera sabido, nunca lo hubiera hecho. NUNCA. Y ahora estás así por mi cul...
No pudo terminar. Los labios de Kazuma la callaron. Era un beso con sabor a sangre y lágrimas, pero a él le pareció lo más dulce del mundo.
Y a ella también.
Un beso más. Otro más. Y otro más...
Sus cuerpos se fundían en abrazos y caricias tanto como sus labios. Ambos temblaban de miedo por el problema que suponía aquella situación, y de frío porque pese al calor de sus corazones el ambiente parecía apagado, triste. Ninguno de los dos dejó de llorar en ningún momento. Lágrimas, besos; besos, lágrimas. Y fue entonces cuando los dos hicieron el amor por primera vez.
Tras el acto, Kazuma estaba sentado en suelo rodeando sus rodillas con una mirada que no dejaba de ser triste, mientras que Shizuka se hallaba tumbada en la cama tapada con una sábana.
—¿Te arrepientes? —preguntó él en un hilo de voz.
—Me arrepiento de no tener tu edad —respondió ella—. Sería más fácil para ambos.
—Ojalá fuera mayor.
—Ni lo pienses —cortó ella.
—Lo siento... por todo esto... —murmuró.
La muchacha se enderezó y abrió los brazos.
—Kazuma-kun, ven aquí.
Él se levantó y se abrazó a ella, apoyando su cabeza sobre el pecho de la joven, mientras que ésta le acariciaba el cabello dulcemente.
—Eres una buena persona, Kazuma-kun. Olvida lo que ha ocurrido hoy y quédate conmigo, por favor... Quédate conmigo...
Al escuchar eso, no pudo evitar empezar a llorar de nuevo. Era irremediable.
No obstante, con el paso de los días Kazuma fue expulsado de la escuela. Lo ocurrido en la pelea fue sabido por ambos institutos y el chico que rompió el anillo había denunciado a Kazuma al ser enviado al hospital. El propio Kazuma estaba sorprendido. Estaba seguro de que a pesar de la paliza, no le había pegado tan fuerte como para romperle dos costillas. Lo había visto levantarse con facilidad y correr con la misma soltura. Era imposible que las tuviera rotas en ese momento. No obstante, ni su declaración al respecto ni sus notas importaron. El historial de peleas de Kazuma era bastante largo, y como él había sido único afectado a simple vista, no tuvieron contemplaciones a la hora de echarlo.
Incluso los institutos privados rechazaron su entrada. Ni sus calificaciones les parecieron suficientes, y a los que sí, eran demasiados costosos como para que sus padres los pudieran pagar. Éstos estaban disgustados y preocupados, lo que provocó en más de una ocasión una regañina por su parte. Por supuesto, Kazuma no se quedó parado y buscó trabajo lo más rápido posible. Tardó en encontrarlo y fue rechazado en multitud de sitios debido a su edad y a su historial, pero gracias a su buena apariencia, Ren Takahashi lo contrató como camarero en el restaurante familiar del que era gerente. La única pega era que debía de dejar de usar sus pendientes, pero no le importó demasiado. El joven se sentía feliz por esto y empezó a practicar a diario con ayuda de Shizuka para realizar el trabajo de manera correcta debido a su torpeza. Era muy divertido.
Pese a que ella estaba entristecida porque Kazuma no podía seguir estudiando, seguir a su lado y verlo sonreír parecía suficiente. Sus padres, aunque reticentes al principio, se mostraron contentos de que su hijo no se tomara la expulsión como si no fuera algo grave y pusiera empeño en lo que estaba haciendo. Comenzó buscando además otros trabajos y la situación mejoró mucho para él.
La relación entre Shizuka y Kazuma iba mejorando, y aunque ninguno de los dos se habían dicho directamente lo que sentían, mantenían una relación de noviazgo en secreto. No eran una pareja acaramelada, pero sí inseparables. Ella se pasaba el día con él, ayudándolo en todo lo posible. Fue gracias a esto que él se dio cuenta con bastante acierto que las piernas de Shizuka habían empezado a hincharse un poco, a lo que ella le quitó importancia pidiéndole que no le recordara cuando engordaba. No obstante, ella sabía en el fondo que no se trataba de su peso...
Pasados algunos meses, Shizuka llegó un día con un folleto anunciando una maratón cuyo primer premio económico era bastante elevado. Parecía emocionada con la idea de que Kazuma corriera en la maratón. Y éste también se sentía emocionado...
—Shizuka —dijo—, en unos meses cumpliré veinte años² y seré mayor de edad. Si gano la carrera, quiero que te cases conmigo.
Ella lo miró un tanto desconcertada, pero al final se sonrojó un poco y terminó por asentir. El grito de victoria de Kazuma se escuchó en todo el vecindario.
Y así empezó a entrenar. Cada día antes y después del trabajo salía a correr e intentaba pasar el mayor tiempo posible con Shizuka, aunque debido al cansancio, acababa durmiéndose rápidamente. Ella sonreía, feliz al verlo esforzarse tanto por ella. Mostraba, inquietud, no obstante por lo agotado que acababa cada día, pero no podía negar que nunca hubiera imaginado que alguien pudiera llegar a tales extremos sólo por su mano.
Sin embargo, el día de la carrera, Kazuma no llegó el primero, sino el tercero y no pudo evitar sentirse mal.
—Kazuma-kun...
—No he ganado.
—Lo has intentado.
—Pero eso no fue lo que acordamos, ¿recuerdas? —Él la miró un momento y después desvió la mirada.
Ella suspiró.
—¿De verdad era necesario ganar la carrera para poder casarte conmigo?
—No, pero... Quería... quería mostrar... que tengo algún valor.
Ella lo golpeó en la cabeza y él se quejó débilmente.
—Realmente eres un cabeza hueca que no se valora nada. ¿Crees eso sólo por lo que pasó hace dos años?
Kazuma tragó saliva y asintió levemente. Shizuka le echó el flequillo sudado hacia atrás.
—Si aún quieres casarte conmigo, hazlo. No lo eches todo a perder por una estúpida carrera. ¿Acaso esto no era sólo una excusa? Has corrido de una forma maravillosa y he visto cómo entrenabas cada día sólo para ganar y que esa boda se celebre. Durante estos años he comprobado lo duro que llegas a trabajar si te lo propones. Eso te hace una persona valiosa, Kazuma-kun.
El muchacho se sonrojó un poco y bajó la vista.
—¿Nos casamos entonces? —preguntó.
—Nos casamos —respondió con una sonrisa.
Y de esta forma, llegó el día. Se casarían un 27 de enero, un día soleado y sin una sola nube, aunque hacía un poco de frío. Kazuma estaba tan nervioso que no estaba completamente seguro de cómo se ponía el montsuki³, lo que hizo enfadar a Rina. Lo peor fue que por culpa de eso, estuvo a punto de rajarlo al caer. En su lugar se rompió una sandalia y tuvieron que hacerle un apaño rápido, aunque apenas podía caminar bien. Y cuando vio a Shizuka vestida con su shiramuko y su tsuno-kakushi⁴,  pensó que el corazón se le iba a salir del pecho. Si echaba la mirada siete años atrás, nunca habría imaginado que estaría allí con ella, que ese momento llegaría ni mucho menos. Quizá debía estar loco. Apenas acababa de cumplir los veinte años y ya se estaba casando, justo como había hecho su hermana cinco años atrás. Retuvo el aliento. ¿Se había acordado de quitarse los pendientes? Sí, estaba seguro de que sí. Aquel momento se le hizo eterno y quedaría grabado en su memoria para siempre. ¡Qué guapa estaba Shizuka! ¡Tan bonita! ¡Casi resplandecía!
Y así toda la ceremonia Kazuma estuvo casi aturdido, atendiendo a cada uno de los invitados en la mayor medida de lo posible, sin ser capaz de dejar de mirar (cuando estaba a solas) el anillo en su anular izquierdo.
No obstante, la felicidad no se acabó ahí. Un mes más tarde, Shizuka le anunció con cierto tono preocupado que tenía un retraso. Kazuma no pudo evitar sentarse en el sillón y reflexionar sobre el tema. Todo estaba pasando más rápido de lo que pensaba. Pero al final, se sintió bastante animado ante la idea de ser padre. Shizuka también sonreía ante la idea, aunque con un brillo extraño en sus ojos...
Cuando la prueba dio positivo, la joven empezó a mostrarse inquieta, y eso fue algo que no pasó desapercibido a Kazuma.
—Se te están hinchando más las piernas —soltó él un día.
Ella se giró hacia él.
—Por supuesto, estoy embarazada, es normal que coja peso.
El muchacho apretó los labios.
—¿De verdad que se trata sólo de eso?
—De verdad.
El joven sabía que estaba mintiendo, y eso le dolía.
—¿Hay algo que no me hayas contado, Shizuka?
—¿Por qué preguntas eso? —dijo ella sorprendida.
—No pareces feliz ante la idea de tener un hijo conmigo.
Ella lo miró con tristeza.
—No se trata de eso, Kazuma. No se trata de eso... —susurró—. Claro que estoy feliz por tener un hijo contigo.
Lo cierto era que Shizuka pensaba que era demasiado tarde para decírselo, y que si supiera lo que pasaba en realidad, estaría aun más preocupado.
—Aun con el tratamiento es arriesgado llevar un embarazo a cabo en su situación, ¿lo sabe verdad? —le dijo el médico—. ¿Aun así quiere continuarlo?
Shizuka cerró las manos en torno a los pliegues de su falda que caían sobre sus cada vez más hinchadas piernas y asintió. Sabía lo mucho que Kazuma quería tener un hijo con ella, y de hecho ella misma quería darlo a luz. De cualquier forma, su problema no tenía por qué darle complicaciones. Tenía un tratamiento. Pero aquella decisión marcó su final.
Un día de abril, Kazuma salió por la puerta del apartamento con un muy mal presentimiento. Había quedado con un amigo para ir a un concierto, y aunque él no quería, Shizuka le insistió en que fuera y se divirtiera. Aquello no lo convencía del todo, pero terminó por ir.
Caminó lentamente por la calle, con la mirada fija en el suelo y el ceño fruncido. Saludó a su amigo y ambos entraron en la sala del evento. No obstante, había algo que carcomía a Kazuma por dentro. Sentía que tenía que volver enseguida. Su intuición no le estaba fallando, pues en ese momento, Shizuka tenía una mano en el pecho y le costaba respirar. Buscaba el mensáfono⁵ con agobio y el teléfono. Necesitaba avisar a Kazuma y llamar a una ambulancia. No obstante, se desmayó antes de conseguirlo.
Kazuma, por su parte, corría lo más rápido que podía. Necesitaba llegar pronto, cuanto antes. Necesitaba comprobar que Shizuka estaba bien y que estaba equivocado. Que no ocurría nada
Al llegar, ni siquiera se paró a llamar la puerta, sacó sus llaves y entro vociferando su nombre. El corazón le latía muy deprisa y lo sentía en la garganta, pero se le paró al ver que Shizuka no respondía. Y al entrar en el dormitorio, la vio tirada en el suelo. Inmediatamente empezó a llamarla y la tomó en sus brazos. No respiraba. La puso sobre la cama, y con torpeza llamó a una ambulancia. ¿Por qué no podía tener un coche? En ese momento le hacía mucha falta.
Acto seguido le levantó las piernas, la llamó desesperado e intentó agitarla. No podía estar sucediendo aquello. Si sólo no hubiera ido a aquel concierto, en ese momento Shizuka estaría siendo atendida en el hospital. Se odió a sí mismo. ¿Por qué tuvo que meterse en una banda callejera y provocar que lo echaran de la escuela? Si no hubiera sido así, si no fuera sólo un camarero sin estudios, quizá hubiera podido hacer algo. Quizá, y sólo quizá, hubiera sabido qué medidas tomar.
En la ambulancia, hablaban del estado grave de Shizuka, no nombraban qué le ocurría, pero corría un grave peligro.
Cuando se la llevaron por aquel pasillo en la camilla, Kazuma quiso seguirla, pero un médico se puso delante.
—Es mi esposa —dijo con voz temblorosa—. Déjenme ir con ella. ¡Necesito ir con ella!
—Tranquilícese y siéntese ahí —le ordenó—. Está embarazada, ¿verdad?
El muchacho asintió mientras se sentaba en una silla de la sala de espera, incapaz de respirar de la manera adecuada.
—Está sufriendo una trombosis. Es la causa de muerte más común en mujeres embarazadas.
Y se fue tal cual. Kazuma se llevó las manos a la cabeza y se dobló por la mitad. «Trombosis. Causa de muerte» resonaba en su mente. «¡Oh! ¡Dios mío!». ¿Cómo podía estar sucediendo aquello? Por algún motivo, no podía llorar.
Llegaron Rina y Kiyoshi al hospital, donde encontraron a un Kazuma sumamente inquieto, que casi se subía por las paredes y extremadamente sensible. Cada segundo a él le parecía una eternidad. Y así las horas transcurrían. Hasta que llegó el peor de los momentos: cuando el mismo médico que había detenido a Kazuma antes, le anunció que Shizuka había muerto a causa de una trombosis crónica que se había empeorado con el embarazo. Al oírlo, el corazón de Kazuma se paró, y sacudiendo la cabeza de un lado a otro, negándose a aceptar la realidad, sus piernas empezaron a moverse solas. Corría y corría, incapaz de detenerse, haciendo caer al personal del hospital en más de una ocasión. Se dirigía a la calle, y Kiyoshi lo seguía, viéndolo capaz de cometer alguna locura. Lo llamaba por su nombre, pero él no era capaz de escuchar. Por sus ojos pasaban todos y cada uno de sus recuerdos con Shizuka, sin excepción. Ya no la vería sonreír de nuevo, ya no sería capaz de agarrar sus manos o de abrazar su cuerpo mientras dormía. Nunca más la escucharía decir «Te quiero», ni él podría decírselo. Sentía como si su vida hubiera terminado. ¿Qué haría ahora sin ella?
—¡¡¡Cuidado, Kazuma-kun!!! —gritó Kiyoshi.
Un golpe sordo, un cristal roto y un cuerpo cayendo sobre el asfalto.
Kazuma veía borroso por culpa de la sangre de su cabeza y le dolía especialmente la zona de la espalda. Aunque el impacto fue muy fuerte, las heridas físicas de Kazuma no eran graves.
El día del funeral de Shizuka, la gente le reprochó a Kazuma no derramar lágrimas, aun sin saber que el dolor que sentía era tan grande como para no poder llorar. Y para colmo, tenía una cicatriz en su espalda que siempre le recordaría ese día. «Si así tiene que ser» se dijo, «me marcaré yo mismo aquella fecha». Así fue y se tatuó sobre la propia cicatriz su nombre, el de Shizuka y la fecha de su boda junto a dos anillos enlazados. Hizo el altar de su esposa en su dormitorio y guardó todos sus recuerdos con Shizuka en aquella habitación, inluidos sus pendientes. No obstante, no pudo quitarse la alianza de su dedo...

—¡Pero no fue culpa suya! —exclamó Nozomu—. ¡Ella ya estaba enferma! ¡No puede culparse por algo así!
Rina sonrió tristemente.
—Como puedes comprobar, nunca se quiso demasiado a sí mismo. Shizuka fue la única que pudo conseguir que se esforzara por lo que quería y que valorara las cosas buenas que tenía. Pero al perderla, perdió la esperanza y la autoestima. Creo que él quiere pasar página, pero mientras no sea capaz de entrar en esa habitación y recordar que tiene un valor, no podrá hacerlo. Está estancado, cree que sin Shizuka, no es capaz de hacer nada. Por eso te pido, Nocchan, que lo ayudes a liberarse de su dolor. Todos cometemos errores en esta vida, pero él parece no haberlo entendido.
—Si no tiene fuerza de voluntad, nunca podrá hacerlo.
—Dásela tú —dijo ella—. Creo que si te ve esforzándote en recuperarte de tu androfobia, él también pondrá empeño en seguir adelante.
El adolescente asintió. No podía evitar compadecerse de Kazuma. No es que hubiera tenido una vida peor que la suya, pero eso no quitaba que no lo hubiera pasado mal.
—Ah, y antes de que se me olvide —dijo ella—. ¿Puedes mirar si tus datos están correctos? —Le entregó la hoja de documentos que habían tenido que rellenar para su ingreso—. Los rellenó Kazuma, y no sé si los puso bien.
—Sí, están todos bien —dijo él, entregándole la hoja.
—Perfecto. —Se levantó de la butaca y caminó hacia la puerta mirando el papel—. ¿Naciste el 27 de marzo? —preguntó ella sorprendida.
—Sí, ¿por qué?
Rina parpadeó varias veces y sacudió la cabeza.
—Por nada, por nada. Así que es así, ¿eh? —El chico frunció el ceño—. Nos vemos luego, Nocchan. —Y cerró la puerta tras ella. Suspiró—. Así que compartís cumpleaños, ¿eh, Shizuka?
Esbozó una sonrisa triste y se alejó de la habitación.
_________________________________________

1. Uniforme masculino de estilo militar.
2. La mayoría de edad en Japón es a los veinte años.
3. Hakama (traje tradicional japonés) de color negro que los hombres utilizan en sus bodas.
4. Dos partes del kimono tradicional correspondiente al traje y al velo de novia respectivamente.
5. Buscapersonas. Aparato portátil que sirve para recibir y enviar mensajes a distancia.

<Anterior | Siguiente>

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta dando tu opinión y ayuda a mejorar las historias.