15 feb 2016

~Unexpeted Plan~ Capítulo 3

Aquí tenéis el tercer capítulo de la historia de Kazuma y Nozomu. Espero que os guste.
A partir de ahora se publicará cada 27 de cada mes a las 20:00 (hora española).

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|3| Abatido

—¿Tu pelo siempre fue blanco, Nocchan? —preguntó Rina.
Nozomu negó con la cabeza.
—Antes era negro.
—¿Cómo se volvió blanco?
—Creo que fueron los fármacos.
—¿Los que te obligaban a tomar? —Él asintió—. ¿Y tus ojos por qué son de ese color?
—Creo que es por lo mismo. Aunque uno de ellos se me volvió azul tras caerme y golpearme la cabeza con el suelo. El otro era marrón hasta que me quedé ciego. Hace un mes que me operaron de la vista y pude ver otra vez. Por eso pude escaparme.
—¿Te quedaste...? —Rina no podía creer lo que oía—. ¿Tenías algún problema importante de salud?
El negó con la cabeza.
—No recuerdo haber tenido problemas de salud hasta que... —Se detuvo un momento—. Bueno, hasta que empezaron con aquellas pruebas. Y...
—¿Qué pruebas?
—Para probar medicinas nuevas. Después de tomarlas me hacían preguntas... No me encontraba bien, ¿sabe? No me dejaban descansar.
—¿No dejaban un periodo de tiempo entre prueba y prueba? —Él negó con la cabeza—. Nocchan, dime una cosa y sé completamente sincero: ¿te presentaste voluntario para probar las medicinas?
—Mi padre fue el que me entregó al laboratorio. Yo no me presenté voluntario en ningún momento.
—¿Cuánto le pagaban por las pruebas? ¿Lo sabes?
—No le pagaban —afirmó. Rina frunció el ceño—. El laboratorio al que me entregó es suyo.
La mujer se sintió mareada. No podía ser posible lo que oía. Ella misma era madre de una niña de nueve años.
Tras terminar con las preguntas a Nozomu y avisar a Kazuma, bajó las escaleras corriendo mientras llamaba a su marido y arrancaba el coche, seguida de su hermano y el muchacho. Era posible que corriera peligro de muerte, pues sospechaba que algunos de sus órganos no funcionaban de manera correcta. De hecho, incluso le sorprendía que conservara cabello en la cabeza. Y más aun que siguiera con vida... ¿Por qué cosas debía haber pasado aquel chico?
En el coche, Rina reprochó a Kazuma no haberlo llevado a que denunciara antes o al hospital. Él, sin embargo, no se defendió. Su mandíbula estaba desencajada y su mirada baja. ¿Por qué no lo había hecho? Nozomu no quería, pero eso no debería haber sido motivo para no hacerlo. Quería llorar y no era capaz de que las lágrimas salieran. El sentimiento de culpa era desgarrador. El pecho se le oprimía. Y cuando vio a Nozomu alejarse en la camilla inmaculada, pensó que sería la última vez que lo vería. Que eso era un adiós. Lo acababa de conocer, y sin embargo él... él... ya le había hecho un hueco en su corazón... Necesitaba que viviera, ver que podía empezar a confiar en los hombres... Y él quería ayudarlo a toda costa.
—Kazuma —llamó Rina haciéndole una señal con la mano para que se acercara.
Él echó un último vistazo al pasillo por el que se habían llevado a Nozomu y caminó cabizbajo hacia su hermana. Rellenaron los papeles oportunos con los datos que pudieron y Rina se fue a atender a Nozomu con el resto de los médicos, mientras que él, se quedó solo en la sala de espera.
El tiempo pasaba lentamente, y sin embargo, parecía no importarle en absoluto. Y la culpa lo consumía. No podía dejar de pensar que otra persona más había estado a punto de morir por su culpa. Como Shizuka...
Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos una por una y él se las secó con la manga lo más rápido posible. No, no debía llorar. No se merecía tal privilegio. Prácticamente él la había matado. Y casi había hecho lo mismo con Nozomu al no llevarlo al hospital.
Lo peor era lo que había sentido al mirarlo a los ojos. La mirada asustada de un chico indefenso, menor de edad, lo había desarmado por completo. Había sentido lo mismo que sintió doce años atrás, cuando Shizuka invadió su corazón de lleno. Por aquel entonces él no era más que un crío de trece años enamorado de una chica de dieciocho. Pero ya no era un adolescente. Y la persona afectada en cuestión no era una mujer mayor que él, sino un chico menor con el que se llevaba nueve años de diferencia.
Se inclinó hacia delante, con las piernas abiertas, las manos sobre su cabeza y los codos apoyados en sus rodillas. Su cuerpo estaba cansado, pero no sería capaz de dormir. No hasta aclarar su cabeza, sus pensamientos y lo que sentía en realidad. Y ver si Nozomu sería capaz de salir de allí.
En ese momento apareció Rina con su bata blanca.
—¿Puedes venir conmigo un momento?
Kazuma parpadeó, respiró hondo y terminó por asentir. Su hermana esperó que se levantara de la silla de la sala de espera y lo acompañó por pasillos.
—¿Estás preocupado? —Él asintió de nuevo—. Puedes tranquilizarte por ahora. Estuvo siendo una cobaya de experimentos, pero al parecer le estuvieron cuidando los problemas que pudo tener. Aun así, no todo está bien, evidentemente. —Rina se mostró un tanto incómoda—. Su cuerpo estaba en shock porque ha creado una dependencia por algunos medicamentos, pero por ahora sólo necesita algunos cuidados y terminar de expulsar los fármacos.
—¿Lo que le ha pasado sólo era eso?
Rina negó con la cabeza y esbozó una sonrisa incómoda.
—En su sangre había restos de un virus desconocido. Creo que pretendían soltar ese virus y hacer un suero con su sangre con el único propósito de hacer dinero.
Kazuma creía que se iba a desmayar. Un calor súbito entró en su cuerpo acompañado de un sudor frío. La cabeza le daba vueltas y las piernas le temblaban. Rina le tocó el hombro.
—Tranquilízate, está bien. Nocchan se va a recuperar. Tranquilo.
—¿Cómo pueden hacer algo así? —dijo.
Su hermana apartó la mirada.
—Es la realidad de muchas farmacéuticas. Es ilegal, por supuesto, pero lo cierto es que nadie hace nada por evitarlo. En la mayoría de los casos, se hace como si no se hubiera visto nada. Ven, te llevaré con Nocchan.
Kazuma se enderezó y trató de calmarse. Pero había algo que lo atormentaba.
—¿Cómo sabes que se pondrá bien?
—Bueno, no lo sé. Es algo que suponemos. Pero no te aflijas, seguro que es así.
No sonaba muy convencida, y conociéndola desde hacía veinticinco años, él se percataba con facilidad.
—¿Sus órganos funcionan bien?
Ella se mordió un labio. Dudaba si responder.
—Extrañamente, sus riñones están bien. Pero... Me preocupa su hígado. No está tan dañado como pensé, pero es seguro que le vaya a dar muchos problemas en el futuro.
Kazuma se apoyó en la pared y cerró los ojos mientras se mordía el labio. Estaba mareado y cansado. En ese momento el móvil empezó a sonarle y contestó bajo la mirada de reproche de su hermana.
¡Toudo-kun! ¡¿Dónde estás?! ¡Tu turno empezaba hace dos horas! —gritó Ren al otro lado del teléfono.
—¡Señor, discúlpeme! ¡De verdad! ¡Olvidé llamarle! ¡Enseguida voy para allá!
Se sentía apurado. No había descansado nada a causa de lo sucedido y no se había dado cuenta de que habían transcurrido diez horas desde que estaba allí. Le sorprendía que Rina tuviera aún fuerzas después de tantas horas de trabajo. Incluso se había puesto a trabajar después de haber salido de su turno.
No.
El rostro de Kazuma palideció.
—¡Señor! ¡Se lo pido! ¡Reconsidérelo!
Toudo-kun, no te estoy despidiendo —dijo Ren calmadamente—. Pero sí te voy a obligar a tomarte unas vacaciones. —Kazuma se sentía algo más aliviado, pero no dejaba de sentir un nudo en la garganta—. Por esta fecha siempre estás un poco nervioso. Descansa y recupérate. Llamaré a Himura-kun.
«¿Esta fecha?» pensó. Y entonces se dio cuenta. «Ya veo. Esta fecha debe estar maldita». Se quitó el anillo de su anular izquierdo y fue lanzarlo mientras Rina gritaba su nombre. Las lágrimas se deslizaban sin control por sus mejillas. Sí, siempre se ponía así por el aniversario de la muerte de Shizuka. Y había conocido a Nozomu ese día. Y al siguiente se lo encontró en la misma posición que a ella. No podía soportarlo. Lloró silenciosamente pegado a la pared del pasillo del hospital junto a su hermana.

—Kazuma, ¿te llevo a casa?
El muchacho elevó la vista para mirar a su hermana y negó con la cabeza. Observaba a Nozomu respirar y la vía en su brazo por la que el gotero le inyectaba el suero fisiológico. El adolescente estaba algo más pálido de lo normal y dos ojeras adornaban sus ojos.
—Quiero quedarme aquí.
Rina suspiró.
—Escucha, Kazuma —dijo ella—, él está bien. No va a pasar como con Shizuka. Nocchan se recuperará. —Él seguía sin responder y ella inspiró—. No sé qué tienes en la cabeza con este crío si no lo conoces, pero no te desveles más por él. Si te da tanto miedo es porque lo comparas con Shizuka. Y sólo se me ocurre una razón para que lo hagas. —Kazuma cruzó sus ojos cansados con
los de ella—. Olvídalo. No seas inconsciente. Borra de tu corazón lo que estás empezando a sentir por él. —El muchacho apartó la mirada—. Decías que no crees en el amor. Cúmplelo. No te contradigas.
—No me estoy enamorando de él —afirmó.
—Eres un mentiroso.
—¡¿Y qué si lo soy?! —gritó.
Rina no pudo más. No sabía qué más decirle.
—Está bien. Yo me voy a casa. Llámame si necesitas algo.
Él asintió y se volvió de nuevo hacia el chico. La mujer salió de la habitación y marcó un número de teléfono en su móvil.
—¿Kiyoshi?
¿Ya sales, Rina? Me he pasado preocupado toda la noche. ¿Está bien el chico?
—Se recuperará de momento —explicó—. Escucha. La denuncia está puesta, pero quiero evitar que vaya a un centro de acogida a toda costa en el caso de que se le quite la custodia a su padre.
Ya veo por dónde vas...
—¿Te parece bien?
En realidad no.
—¡Por favor! ¡Kiyoshi! ¡Es importante!
¿Por qué tanto interés en adoptarlo?
—Porque tiene nuestro apellido.
Mentirosa.
Rina apretó los labios.
—Porque Kazuma está desesperado por él —sentenció.

Cuando Nozomu se despertó, ya era de noche. Estaba en un lugar que le resultaba familiar. La punzada del brazo, el olor, la textura de su ropa... Debía estar de nuevo en casa. Pero al abrir los ojos, pudo ver a una figura masculina dormir en una postura incómoda en una butaca junto a su camilla. Era Kazuma. Tenía un aspecto horrible. Una barba incipiente se esparcía alrededor de su boca y bajo sus pómulos, la camiseta que llevaba estaba sudada y el cabello que habitualmente caía haciendo unas bonitas ondas, ahora estaba alborotado. Además tenía ojeras alrededor de los ojos.
Entonces se quedó sin argumentos. No dejaba de tenerle miedo, sin embargo, tuvo el impulso de alargar el brazo y rozar su piel con la punta de sus dedos. Se detuvo a medio camino. Temblaba. Tragó saliva. Se armó de valor y lo hizo. Posó las yemas de sus dedos sobre el rostro de Kazuma. Así, dormido, no daba tanto miedo. Era una piel áspera, pero le resultó agradable el contacto. Terminó poner su mano y acarició. El pelo duro que salía de la barba se le clavó en la palma, pero no le importó. Le gustaba.
Kazuma empezó a moverse, y Nozomu, entrando en pánico, se recostó enseguida haciéndose el dormido. El mayor parpadeó, intentando despertarse y se desperezó. Se levantó con parsimonia y se inclinó hacia el chico para tocarle la frente. Tras comprobar que estaba frío, miró su reloj y salió de la habitación a por un poco de café. Ese momento lo aprovechó Nozomu para ir al baño.
Al regresar a la camilla, se quedó pensativo mirando el techo. Kazuma no debía ser mala persona en realidad. Él nunca se hubiera preocupado tanto por alguien que no conocía como lo estaba haciendo aquel hombre. Y lo estaba tratando bien y con delicadeza. Era cierto que lo había tirado al suelo y que le había lanzado la chaqueta a la cara. Sin embargo, lo había estado cuidando y había respetado lo que le había dicho de que no se acercara. Bueno, no lo había cumplido en algunas ocasiones, pero siempre fueron porque se preocupaba por él. Quizá eran imaginaciones suyas creadas por el hecho de querer encontrar un hombre en el que confiar. Aún era pronto para decidirlo, pero se halló a sí mismo envuelto en la esperanza de que ese hombre fuera Kazuma.
El hombre regresó a la habitación y el chico volvió a hacerse el dormido. Le puso una mano en la frente de nuevo y suspiró. Se sentó en la butaca y tomó un sorbo del café. Se rascó la cabeza mirando al suelo.
—¿Sabes? Nunca pensé que me involucrara tanto con una persona que no conozco. Supongo que fue por la fecha en la que estamos. —El chico siguió fingiendo dormir. No era posible que se hubiera dado cuenta de que estaba despierto—. Anteayer, el día que te conocí, fue el aniversario de muerte de mi esposa. Todos me dicen que me comporto raro de manera inconsciente, y debe ser cierto. Incluso yo me he dado cuenta esta vez de que debe haber algo mal en mí. —Esbozó una sonrisa triste—. Ella... fue la persona más importante de mi vida. Desde su muerte he estado ausente incluso para mí mismo. Sin embargo, tengo el impulso de querer conocerte, cuidarte y protegerte. De mantenerte a mi lado. Ah, no me malinterpretes, no es lo que piensas. Bueno, lo que pensarías. Me alegro de que estés dormido ahora mismo, así no tienes que oírme decir cursilerías. Pero es cierto. Conocerte ha provocado algo raro en mí. De nuevo, no malinterpretes. Es sólo que... eres como yo. Algo similar... —Apenas entendía Kazuma lo que estaba diciendo. El cansancio le debía estar afectando—. ¿Quién podría hacerte daño, pequeño? La verdad, no lo entiendo. Pareces tan frágil... como si un leve roce pudiera hacer que te rompieras... Se me parte el corazón al verte así. Si sólo fuera capaz de hacer algo...
Dirigió la mirada hacia Nozomu. Éste seguía haciéndose el dormido. Kazuma se levantó de nuevo, le colocó una mano en la frente otra vez y, tras volver a comprobar que no tenía fiebre, salió de la habitación una vez más. Entonces el chico abrió los ojos y sonrió con las mejillas levemente ruborizadas. Kazuma definitivamente debía ser buena persona.
Se llevó la mano al lugar donde él había intentado medir su temperatura y suspiró. En realidad estaba feliz. Ahora no dudaba en que había encontrado a la clase de hombre que andaba buscando. Quizá por fin tenía ante sus ojos un buen ejemplo para curarse de su androfobia. Quiso pensar que su padre y los hombres que había conocido en el laboratorio eran los que eran distintos. Que la mayoría eran como Kazuma, personas que se preocupan por los demás, que son atentos y amables por muy brutos que sean o parezcan.
Kazuma, que sólo había ido al baño, regresó a la habitación y se lo encontró allí, con los ojos abiertos, aunque ojerosos y con la piel más pálida de lo habitual. El mayor, al verlo despierto, se puso tan nervioso que cuando iba a preguntarle cómo estaba, se golpeó el pie con el quicio de la puerta, soltando en su lugar un pequeño grito de dolor. Sacó el pie de la zapatilla del hospital y se apretó el dedo con la mano, intentando aliviar el dolor. Nozomu empezó a reír silenciosamente y Kazuma, intentando ocultar su preocupación y vergüenza, con pésimo resultado, dijo:
—Vaya, pero si puedes reír.
El chico rio un poco más. El otro se sentó en la butaca simulando tranquilidad, tratando de ignorar las risas del adolescente.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
—Mejor. Mucho mejor.
Por acto reflejo, Kazuma se sorprendió a sí mismo intentando medirle la temperatura de nuevo. Se detuvo a medio camino, cuando sus intenciones ya eran muy obvias, y bajó el brazo, nervioso.
—Em... Tu... ¿tu fiebre...?
No terminó. Nozomu, con manos temblorosas, agarraba la suya y la ponía sobre su frente. Todo su cuerpo estaba temblando, pero lo miraba firmemente. El mayor le acarició con el pulgar suavemente, evitando esa mirada que ejercía tanto poder en él. La mirada de un chico valiente, penetrante, fuerte, intensa... Pero al final no pudo evitarlo. Y lo hizo. Sus ojos se cruzaron. Era lo mismo que lo del día anterior. La misma situación, las mismas sensaciones. ¿De verdad Nozomu era androfóbico?
—Ya veo, estás frío —murmuró.
Carraspeó, sacudió la cabeza y suspiró, apartando la mano y recostándose de nuevo en la butaca. El menor, no obstante, parecía perdido en sus pensamientos.
—Em... Y dime —dijo Kazuma intentado aliviar la tensión—, ¿te gustó la tortilla del desayuno?
Preguntó eso porque no se le ocurría nada. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero ése no era el momento adecuado.
—Sabía bien.
Kazuma suspiró, se había percatado de algo y no sabía si el chico lo estaba haciendo a posta o no.
—No tartamudeas ya —sentenció.
El propio Nozomu se sorprendió. Era cierto.
—Es que... no me da miedo.
—¿Ya no te doy miedo?
—No, bueno... ¡Sí! P-pero... pero...
—Ah, olvídalo, has vuelto a tartamudear.
Nozomu se giró hacia él. El otro se echaba el cabello hacia atrás, intentando peinarlo con los dedos, quizá para no tenerlo en la cara, pero era demasiado obvio que evitaba mirarlo.
—Dígame... ¿Estaba preocupado...? ¿Por mí...?
Kazuma se volvió hacia el menor. Éste le miraba seriamente.
—En absoluto —dijo tajante—. ¿Cómo me iba a preocupar yo por un mocoso que acabo de conocer? ¡Já! Ni yo me creo eso. —Se echó hacia delante, tapándose los ojos con una mano—. Sí, estaba preocupado. Bastante preocupado. ¡Y lo sigo estando! ¡Joder!
Se reía de manera nerviosa y se podía adivinar rubor en su rostro. El adolescente lo miró sorprendido.
—Yo... —dijo—. Yo también quiero café.
No era cierto, pero quería decir algo. No quería que la situación se envolviera de un silencio incómodo.
—¿Eh? —El mayor miró su lata—. Ni de coña. Me han dicho que todavía no puedes comer ni beber nada. Y con el estómago como lo tienes, me extraña que quieras tomar algo.
—¡Café! —exclamó con los brazos extendidos.
—¡No! —Se levantó de la butaca con la lata en la mano.
El chico intentó ponerse de pie en la camilla, pero el tubo del gotero le dio un tirón de la vía, haciéndole daño. Dio un gritito de dolor y se agarró la zona del brazo en cuestión.
—¿Estás bien? —preguntó Kazuma preocupado.
Nozomu se giró inmediatamente hacia él y con aire amenazante gritó:
—¡Dame café!
—¡He dicho que no!
—¡Cállense los dos! —gritó una enfermera desde la puerta de la habitación—. ¿Qué se piensan que es esto? ¡Están en un hospital! ¡Usted! —Señaló a Nozomu—. ¡No puede comer nada hasta que se le diga! ¡Y usted! —Señaló a Kazuma—. ¡Si sigue molestando le tendré que pedir que se marche de la habitación!
—Sí, señora —respondieron los dos.
Kazuma se volvió a sentar en la butaca y Nozomu se recostó en la camilla.
—Dame café —ordenó.
—No.
Se llevó la lata a los labios se la bebió de un trago. Le sacó la lengua a modo de burla y apartó la mirada.
—Yo también quería café.
—Se siente.
—Al menos dame la lata.
—No quiero.

Cuando llegó la mañana, Nozomu se encontró solo en la habitación. No pudo evitar ponerse tenso y enderezarse de golpe. De repente se sentía abandonado. La puerta de la habitación se abrió y él esperó que fuera Kazuma. Pero se equivocó.
—Vaya, Nocchan, ya has despertado. Dime, ¿cómo te encuentras?
—Bien, estoy bien... —murmuró asintiendo con la cabeza—. Sensei, ¿dónde está Kazuma-san?
—Llámame «Rina». «Sensei» suena muy frío. Kazuma ha ido a casa a darse una ducha y a cambiarse de ropa. Lo tuve que echar a patadas porque no quería despegarse de ti. —Nozomu se encogió un poco y se ruborizó levemente—. Un momento... ¿«Kazuma-san»? No sabía que os llamabais por el nombre.
—Él me llama «Tú»...
—Ya, eso es típico de él.
—Pero... No conozco su apellido, así que...
—¿No te dijo su apellido? —Rina frunció el ceño.
—En realidad, no me dijo su nombre. Yo... Bueno... yo... lo vi... —musitó.
Ella suspiró.
—Viste su tatuaje. —Él asintió—. ¿Viste lo que cubría?
El chico levantó la mirada y negó con la cabeza, sorprendido. ¿Había algo debajo del tatuaje?
Rina se mordió el labio y se sentó en la butaca de hospital.
—Yo había venido a decirte otra cosa. Pero supongo que tiene relación.
El chico frunció el ceño.
—¿El qué?
—Nocchan, hemos denunciado a tu padre.
—¿Qué? ¡No!
—Nocchan, no hay otra manera de evitar que siga teniendo tu custodia. Si no lo hacemos, tendrás que volver a tu casa y no acabaría nada, ¿lo entiendes? —Él apartó la vista y asintió—. Con un poco de suerte, renunciará a ti y no será necesario un juicio. Pero como no tienes trabajo, ni tampoco estás en condiciones de tenerlo, te enviarán a un centro de acogida. —Él puso cara de horror—. Pero en ese caso, mi marido Kiyoshi y yo te haremos un favor a cambio de que tú me hagas otro.
—¿Qué clase de favor?
—Tenemos el mismo apellido —dijo—. Nos llamamos Suzuki. Por eso, te vamos a adoptar, pero... no vivirás con nosotros.
—Entonces... ¿Dónde...?
—Con Kazuma —afirmó—. Me dijo que eras androfóbico, y creo que con él serías capaz de curarte. Además... No sólo será bueno para ti, sino también para él. Kazuma puede parecer fuerte, pero no lo es en absoluto. Es una persona muy vulnerable en el fondo. Está lleno de remordimientos y culpabilidad, especialmente con cosas que él no hubiera podido solucionar de ninguna de las maneras, como es tu caso, o el de Shizuka...
—La esposa de Kazuma-san.
Ella asintió.
—Kazuma es una persona que se enamora loca e intensamente. Es un amor puro, lleno de delicadeza y ternura. Y aquello fue un duro golpe, especialmente siendo tan joven.
—¿Pero qué ocurrió exactamente?
Rina sonrió con tristeza.
—Te lo contaré todo desde el inicio.

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