5 ene 2016

~Unexpeted Plan~ Capítulo 2

El segundo capítulo. Aún no sé qué día sería bueno para publicarlo y a qué hora. Cuando lo sepa os avisaré, no os preocupéis. Espero que os guste.

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|2| Sin palabras

Nozomu se despertó a la mañana siguiente con el fuerte olor a comida proveniente de la cocina. Fuera lo que fuere, debía ser delicioso. Pero dudaba si levantarse. No era su casa y demasiada confianza se había tomado ya el día anterior. ¿Desde cuándo se comportaba como un niñato malcriado? Aunque ese hombre también tenía culpa. Suspiró. De momento parecía estar portándose bien con él, pero eso no significaba que fuera buena persona. Al levantar la cabeza lo encontró asomado en el umbral de la puerta. El menor tiró rápidamente de la sábana y pegó un grito.
—¡¿Qué quiere?! —exclamó. Kazuma avanzó hacia él con paso decidido. Nozomu se enderezó y se pegó a la pared—. ¡N-no se acerque!
Pero el mayor no le hizo caso y extendió el brazo hacia él. El chico se movió bruscamente. Kazuma gruñó y lo tomó de las muñecas, estirádole los brazos hacia arriba y le puso la mano libre sobre la frente. Suspiró y lo soltó alejándose de él. Nozomu parpadeó sin entender lo que acababa de pasar.
—Perdón —se disculpó Kazuma.
—¡¿Por qué ha hecho eso?!
—Lo siento, quería asegurarme de que no tenías fiebre.
—Pues no tengo, así que no vuelva a acercarse, por favor.
Kazuma lo miraba seriamente, pero con una expresión triste. No quería decírselo porque no quería que desconfiara de él. Esa noche lo había oído gritar. Y al llegar a la habitación, su piel ardía. Una alta fiebre (quizá mezclada con sus horribles recuerdos) le había causado pesadillas. Por ese motivo había pasado la noche en vela tratando de bajarle la fiebre con ayuda de paños y agua tomando la precaución de no despertarlo. Estaba seguro de que si se enteraba de que se había pasado toda la noche a su lado, no tendría la oportunidad de ganarse su confianza.
—El desayuno está en la cocina. Yo me marcho ya. Tengo trabajo —dijo Kazuma.
Nozomu se levantó de la cama y caminó confundido hacia el pasillo dejando solo al otro en el dormitorio. De repente se detuvo. ¿No debería darle las gracias? Lo estaba ayudando al fin y al cabo. Se giró y se asomó a la habitación. Iba a decir esas palabras que tanto le costaba pronunciar ante un hombre. Pero se detuvo al encontrar la tatuada y desnuda espalda de su supuesto benefactor, quien se ponía un jersey en ese momento. Sintiéndose avergonzado, el muchacho se marchó con paso ligero a la cocina sin ser capaz de emitir un solo sonido entre sus labios. Kazuma tenía su propio nombre, el de su esposa y la fecha de su boda tatuados en su espalda.

Kazuma bostezó y salieron lágrimas de tus ojos.
—Tienes una pinta horrible —dijo alguien.
Al girarse, el muchacho pudo ver que se trataba del gerente, Ren Takahashi. Un hombre de mediana edad, más bien bajo, de pelo ya medio canoso.
—Lo siento señor —respondió frotándose los ojos—. No he dormido casi nada esta noche. Y la anterior tampoco. Pero no se preocupe, no dejaré que afecte en mi trabajo. Lo haré como es debido.
Ren le dirigió una mirada dudosa y se cruzó de brazos.
—Toudo-kun, creo que deberías volver a tu casa.
—¿Eh? ¡No, señor! De verdad, le aseguro que estoy bien. ¡Además no puedo irme así como así!
—¿No trabajaste ayer todo el día?
—Pues... sí, pero...
—Ve a casa —ordenó— y descansa. Hoy no hay muchos clientes. Si te necesitamos, te llamaré. Prefiero eso a que caigas enfermo.
Kazuma asintió cabizbajo. Le sabía mal irse a su casa a mitad de la jornada de trabajo. Pero era cierto que no estaba en las mejores condiciones. Ren era un hombre amable y comprensivo, pero muy estricto en cuanto a la apariencia y el estado de ánimo de sus empleados. Las ojeras no daban precisamente un aspecto de energía y vitalidad. Incluso una falsa sonrisa cansada podría incomodar a los clientes.
Tras darle las gracias y cambiarse de ropa en los vestuarios, salió de su lugar de trabajo después de haber estado tan sólo unas pocas horas pese a que ese día volvía a tener turno doble.
Se detuvo frente a una farmacia y se decidió a entrar para comprar medicinas por si Nozomu volvía a tener fiebre. Lo cierto es que ni siquiera esperaba que siguiera en su casa. Quizá poco después de haberse ido al trabajo, el chico se había marchado del apartamento. Era lo más lógico. Aun así, compró las medicinas que pudo y se dirigió a su casa con intención de descansar.
Abrió la puerta del apartamento y no escuchó ruido en su interior ni una respuesta al decir «Ya estoy en casa». Suspiró. Era evidente, ¿no? Sin embargo, al entrar en el dormitorio para cambiarse de ropa, se encontró una figura blanca tirada en el suelo. Un horrible recuerdo acudió a su mente en ese mismo instante. Entonces se encontró a sí mismo arrodillado en el suelo, tomando al chico en sus brazos y llamándolo por su nombre. Su pálida piel ardía, y sus labios y mejillas se habían tornado de un intenso color rojo. Estaba vivo. Inconsciente, pero vivo. Kazuma no pudo evitar aliviarse un poco. Puso al chico sobre la cama e inmediatamente se fue a buscar un termómetro. Le metió la mano bajo la sudadera del chándal y le puso el aparato en la axila del brazo en el que se apoyaba. Fue a la cocina y preparó agua y paños para bajarle la fiebre. De ser muy severa, llamaría a una ambulancia enseguida le causara o no problemas a él mismo. Por suerte, la temperatura no llegaba a los treinta y nueve grados pese a estar cerca. Aunque eso no lo tranquilizaba del todo, puesto que le había provocado un desmayo. Le colocó un paño húmedo en la frente y se apresuró a llamar por teléfono a la única persona que podría ayudarle.
—¡Rina-chan! —exclamó.
Oh, es raro que mi querido hermanito me llame —dijo la mujer al otro del teléfono con tono burlesco—. Algo grave ha debido pasa~r.
—Déjate de chorradas y préstame atención. ¿Puedes venir hoy a mi casa?
Eso depende cómo pretendas convencerme~.
—¡Rina!
Está bien, está bien. Cuando salga de trabajar me dirigiré a tu casa. Asegúrate de tenerme preparada una recompensa~.
—¡Vete al cuerno! —exclamó.
Colgó y soltó un suspiro. Se sentó frente a Nozomu y observó su pecho subir y bajar mientras dormía con el rostro completamente rojo a causa de la fiebre. Kazuma lo miraba con compasión. ¿Podía ser un resfriado? Seguramente no.
De vez en cuando se levantó para humedecer los paños de nuevo o para preparar arroz cocido por si despertaba. Pero hasta horas más tarde, cuando se hallaba somnoliento, Nozomu no abrió los ojos. Sin decir una palabra, salió de la cama a toda velocidad tapándose la boca con una mano y corrió hacia el aseo. Sin entender muy bien lo que ocurría, Kazuma lo siguió. Lo escuchó vomitar. Cada vez se sentía más preocupado.
Nozomu, por su parte, se quedó arrodillado un poco más y se sentó apoyando la cabeza en los azulejos del aseo. Se sentía mareado. ¿Qué había pasado? Recordaba encontrarse fatal y después... ¿Qué pasó después? ¿El recuerdo de haber oído su nombre había sido sólo un sueño?
La puerta se abrió, y cuando Kazuma apareció con una bolita blanca en la mano, el chico se pegó a la pared. El mayor se arrodilló y él negó efusivamente con la cabeza.
—Medicinas no.
—No es medicina —dijo—. Es un caramelo. —El chico lo miró con ceño fruncido—. Para el mal sabor.
El adolescente se inclinó hacia delante para tomar el caramelo con la boca. Kazuma se sorprendió y le metió el dulce entre los labios, sonriendo de manera tierna. Parecía que había bajado la guardia con él un momento.
—De limón —murmuró.
—¿Te gusta?
El joven asintió un tanto avergonzado.
—Es el sabor que más me gusta. Aunque... habiendo vomitado, es un desperdicio —afirmó.
El otro rio un poco.
—¿Puedes levantarte o estás demasiado mareado?
—Estoy mareado.
Kazuma suspiró.
—A grandes males, grandes remedios —dijo. Y colocó el brazo del muchacho sobre sus hombros, levantándolo.
—¿Eh? ¡¿Eeh?! ¡Por favor, suélteme!
—Ni hablar. Si lo hago, podrías caerte al suelo. —Lo pegó a él, y de mala gana el menor se dejó llevar hasta la cama del dormitorio, donde se tumbó de lado—. No pongas esa cara de «pensé que iba a morir». No ha sido para tanto, ¿verdad? —El chico lo fulminó con la mirada y se giró dándole la espalda. Pero cuando Kazuma se sentó junto a él, se enderezó rápidamente. El mayor suspiró—. Oye, si quisiera hacerte daño ya lo habría hecho.
Nozomu evitó mirarlo directamente y murmuró:
—¿U-usted...?
—¿Hum?
—¿Usted es quien me ha llevado a la cama y me ha estado bajando la fiebre con esos paños?
Kazuma parpadeó. Lo cierto es que esa pregunta lo perjudicaba. Aunque ya lo había hecho si quería ganarse su confianza desde el momento en el que precisamente había hecho lo que el chaval decía.
—Sí —contestó—. No hay nadie más aquí, ¿verdad?
La situación era sumamente incómoda.
El menor volvió a tumbarse en la cama evitando mirarlo a los ojos, pero al final lo hizo. Se mantuvieron la mirada, sin parpadear. Los iris de Nozomu eran sin duda de un color extraño. Y hasta entonces, Kazuma no se percató de que eran de distinto color. Similares, pero diferentes. El izquierdo tenía un color azul grisáceo, mientras que el otro era simplemente azul. Si los ojos de Kazuma resultaban extraños por su color (que tiraba a amarillento), los de Nozomu era mejor ni hablar. Era inquietante a la par que hermoso. Lamentablemente, la mirada del chico reflejaba entre miedo y confusión, y es que no sabía qué pensar de la persona que tenía delante. Era la primera vez que un hombre lo trataba de esa forma. Le había ofrecido ayuda sin conocerlo, lo había acogido y ahora lo cuidaba y se preocupaba por él. Era cierto que sólo había pasado un día, sin embargo, ya había hecho más por él que su propio padre. Ese hombre también era viudo, pero no estaba rematadamente loco a diferencia de su progenitor. Eran completamente diferentes. Pensando en ello, el chico se debatía entre su deseo por poder encontrar un hombre en el que confiar y su miedo hacia el sexo masculino. Si él mismo era distinto al resto de varones, ¿era posible que Kazuma también lo fuera? No quería adelantarse, y lo asustaba la idea de que después le hiciera daño. Había sido brusco en más de una ocasión, pero...
El adolescente bajó la mirada y cerró los ojos. El caramelo ya se había disuelto en su boca, y la temperatura de su cuerpo, pese haber descendido un poco, lo dejaba somnoliento. Kazuma lo tapó con la sábana, arropándolo. Y volvió a encontrarse con sus ojos.
—Lo siento, no me acerco. Si no quieres, tampoco vendré a bajarte la fiebre. Aunque, la verdad, no puedo dejarte así.
Nozomu no dijo nada. Apretaba la mandíbula y lo miraba fijamente. Entonces sacó tímidamente una mano de bajo la sábana, agarró la muñeca del muchacho y colocó la palma de éste en su frente.
—Termómetro —murmuró.
Temblaba. Era obvio que se estaba esforzando. Y eso a Kazuma lo desarmaba por momentos. Su corazón se rompía en mil pedazos. El adolescente lo miraba con miedo, pero a la vez con firmeza. Y él, con el alma abierta, pasó la mano de su frente a su cabello blanco. El joven cerró los ojos aún tembloroso, y cuando los abrió de nuevo, se encontró con la tierna mirada del otro. El corazón de éste último latió un poco más fuerte durante un instante. Era extraño. Ese momento había resultado ser más íntimo de lo que debería haber sido.
Kazuma carraspeó y apartó la vista.
—Cierto, el termómetro.
Tomó dicho instrumento en su mano, y justo cuando se lo iba a poner, los ojos de ambos se encontraron una vez más. El mayor tragó saliva, evitando mirarlo de nuevo y le apartó la sudadera con cautela, esperando que el chico se lo impidiera, que le dijera que lo hacía él. Pero esto no sucedió. Podía sentirlo temblar, y nada más colocar el objeto en su lugar, sacó la mano inmediatamente de su ropa.
—Yo... Emm... Voy a... Voy a por más paños y a... cambiar el agua de esto. —Carraspeó—. Enseguida vuelvo.
Cogió el recipiente que estaba usando para mojar los paños y salió del dormitorio cerrando tras él. Se apoyó en la puerta, completamente aturdido, y derramó el agua sobre su jersey.
—Mierda —murmuró.
Respiró hondo, intentando calmarse. ¿Qué había pasado allí dentro? Se trataba de un niño. Que acababa de conocer. Que además padecía androfobia. Y su corazón... ¿se había sentido nervioso? No, cualquiera se pondría nervioso en una situación tan incómoda como esa. ¿Pero por qué...? Y ese chico... ¿acaso no era androfóbico? ¿Cómo dejó que lo tocara? ¿Qué estaba pasando con él?
 
Kazuma siguió bajándole la fiebre a Nozomu como le era posible. Hubo ocasiones en el que alcanzaba cifras altas y seguía vomitando. Pero no lo llevó al hospital. Quería esperar a que su hermana lo aconsejara primero.
Había tratado de no pensar en lo que había pasado antes. Ese momento extraño e íntimo que ninguno de los dos había atrevido a mencionar. Era evidente que el chico se esforzaba por confiar en él, pero... ¿y él? ¿Qué había pasado con él? Sólo recordarlo lo ponía nervioso.
El tiempo pasaba lentamente y la tensión era palpable en el ambiente (no tanto por parte de Nozomu como por Kazuma), de modo que fue una bendición escuchar el timbre. El mayor se levantó como un rayo y se encaminó hacia la puerta.
—¿Adónde va? —preguntó Nozomu desde la cama.
—Tengo que abrir.
—¿Esperaba a alguien?
Él asintió levemente.
—Volveré en un momento.
Caminó con paso decidido hasta la puerta y la abrió agitado.
—Gracias a dios que has llegado —dijo al ver a su hermana en la puerta.
Rina era una mujer de treinta años, con pelo castaño oscuro y ojos marrones. Bastante alta, más incluso que su marido.
—¿Qué ocurre para que mi amado hermanito se ponga tan nervioso~? —canturreó.
—¡Déjate de bromas y ven conmigo!
La arrastró dentro del apartamento, llevándola hasta el dormitorio. Nozomu se sintió alarmado al principio al ver a la desconocida, pero con la tranquilidad de que se trataba de una mujer. Rina miró al adolescente, y después, teatralmente, se llevo una mano a los labios.
—¿Esta es mi recompensa? Me siento halagada, pero soy una mujer casada, ¿sabías?
—¡No bromees! —le regañó Kazuma.
—Lo siento, lo siento. ¿Qué es? ¿Un amigo? ¿Un compañero de trabajo?
—No, nada de eso.
—Vaya, nunca pensé que adoptarías a un chico tan mayor.
—No lo he adoptado.
La sonrisa que hasta entonces adornaba el rostro de Rina se desvaneció. Agarró a su hermano de la oreja y lo llevó a rastras hasta el pasillo.
—¡Explícame ahora mismo lo que está pasando aquí! —exclamó en susurros.
—¡Nada! ¡Sólo lo ayudé porque parecía en apuros!
—¿Cómo que en apuros? ¿Has pensado que quizá sea un delincuente?
—No me lo parecía...
—Kazuma...
—¿Qué? Lo vi en apuros y yo... yo... Me vi obligado a ayudarlo...
La mujer entonces abrió los ojos como platos.
—Kazuma, no lo puedo creer... ¡Es un crío que acabas de conocer! ¡¿Te das cuenta?!
—Te estás equivocando...
—¿En qué?
—Si piensas que quiero algo con él te equivocas. —Ella lo miró con desconfianza—. ¡Joder, Rina! ¡Que es un hombre! ¡Menor de edad! ¡Y lo acabo de conocer! ¿Desde cuándo me han gustado a mí los hombres?
—Ah, pues los hombres menores de edad no sé, pero las mujeres mayores que tú...
—No empieces con eso. —Rina apretó la mandíbula—. Shizuka ya no está.
Con un comentario así, se podría pensar que Kazuma había olvidado a su esposa. Pero no era así en absoluto. Por más tiempo que pasara, no era capaz de olvidar los ratos que pasó con ella como profesora particular, novia, amante y esposa. Una mujer hermosa, amable y buena. Alguien que inevitablemente se hacía querer. Él la seguía amando con todas sus fuerzas y Rina lo sabía. Sin embargo, en su cabeza se plantaba la semilla de la duda. Rara vez su hermano se comportaba de forma impulsiva. Aunque era cierto que con frecuencia no pensaba las cosas antes de hacerlas y que era alguien que necesitaba ayudar a los demás. Puede que sólo fuera eso. Debía serlo. Pero... ¿por qué tenía la sensación de que esta vez iba a ser diferente?
Se quedó callada sin saber muy bien qué decir, y en ese momento Nozomu salió corriendo en dirección al aseo. Kazuma lo siguió y lo agarró para evitar que se cayera. El chico no sentía fuerzas para pelear contra él, por lo que no tuvo más remedio que dejarse.
—¿Cuántas veces ha vomitado ya? —preguntó Rina.
—Cuatro...
—Cinco... —musitó Nozomu.
—Cinco —repitió el otro.
—¿Qué has comido?
—Sólo la tortilla del desayuno. No me atreví a comer más.
—Hace rato que vomita bilis—informó Kazuma.
—¿Cuánta fiebre tiene? —Rina se agachó poniéndole la mano sobre la frente.
—Entre treinta y nueve y cuarenta. Quería esperar para hablar contigo antes de llevarlo al hospital.
—Deberías haberlo llevado directamente.
—El hospital no... —musitó el chico.
—¿Por qué no?
—Porque me llevarían de nuevo a ese lugar.
—¿Qué lugar?
—A mi casa.
Rina apretó la boca y le pidió a Kazuma que lo trasladara al dormitorio. Tras dejarlo en la cama, fue obligado a dejar la habitación. La mujer cerró la puerta.
—A ver, Nocchan —dijo tras conocer su nombre—, cuéntame por qué no quieres volver a tu casa.
—Me obligarían de nuevo a tomarme esas pastillas. Y me conectarían a esa máquina —respondió con voz débil.
—Espera, espera, Nocchan. ¿Te obligaban a tomar pastillas y te conectaban a una máquina? —preguntó con ceño fruncido. Él asintió. Rina respiró hondo, intentando asimilar el significado que empezaba a tomar todo—. ¿Tu pelo siempre fue blanco, Nocchan?

Kazuma se hallaba sentado en el sillón de la sala de estar, esperando impacientemente que su hermana saliera y le dijera algo sobre qué hacer con ese chico.
Se oyó una puerta abriéndose de golpe, sobresaltándolo, y apareció Rina con rostro pálido.
—Ve preparándote que tenemos que ir ahora mismo al hospital.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué ha pasado?
—Es posible que sus órganos no funcionen correctamente...
—Y eso lo sabes porque...
—¡Escucha! ¡Su cuerpo está en shock por falta de medicamentos! ¡Ha sido cobaya de investigación para medicina experimental durante más de diez años!
En ese momento Kazuma sintió cómo se le caía el alma a los pies. Nozomu corría peligro de muerte.

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