El tercer capítulo. Espero que os guste.
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~Capítulo 3: Yo te protejo~
Rei llamó al timbre. Nadie respondía, así que sacó sus llaves y abrió la puerta despacio.
—Con permiso~.
Pero parecía no haber nadie.
—¿Sora-kun?
El
hombre entró dentro del apartamento y se asomó al cuarto de Sora. El
chico estaba sentado frente al escritorio con los auriculares puestos.
Al notar movimiento, se giró hacia Rei, que lo saludó con la mano.
—¡Ah, Rei! —exclamó el joven quitándose los cascos con una sonrisa dulce de las suyas.
—Veo que ya estás mejor —dijo él.
—¡Muchísimo mejor! Sigo con tos, pero parece que ya no me va a dar fiebre alta.
—Me alegro de que estés tan enérgico como siempre.
Rei se sentó en la cama de Sora y éste giró la silla para hablarle de frente.
—¿Minori-san ha venido a verte? —preguntó Rei muy serio mientras una gata gris atigrada se ponía sobre sus rodillas.
El joven apartó la mirada.
—No, no ha venido en todo lo que llevo enfermo. Sólo habéis venido Sano y tú. Y Sano sólo para dejarme los apuntes.
Rei lo miró seriamente.
—¿Estás seguro de que quieres seguir con ella? —preguntó.
Sora
no respondió. Se limitó a bajar la mirada. Su relación con Minori era
complicada. No quería agobiarla. Y si bien era cierto que la quería, él
poco podría reprocharle nada estando enamorado de otra persona. Claro
que esto ella tampoco lo sabía.
Rei suspiró. La incomodidad del muchacho era palpable, por lo que decidió cambiar de tema:
—¿Qué estabas haciendo ahora mismo? ¿Qué escuchabas?
—¿Eh? ¡Ah! Ahora mismo estaba escuchando unos acordes. Quiero aprender a tocar esta melodía con la guitarra.
El
chico puso la melodía para que Rei pudiera escucharla también. Se le
veía tan contento en ese instante. Parecía mentira que cinco años atrás
fuera un chico tétrico y sumamente antisocial. Lo único que conservaba
de aquel entonces en su aspecto era la manía de vestirse de negro.
—¿Piensas aprender a tocarla sólo escuchándola?
—He estado escuchando muy atentamente y estoy seguro de poder hacerlo.
Rei suspiró.
—Saber tocar bien y aprender a tocar algo sólo escuchándolo son cosas diferentes.
—¡Pero yo puedo hacerlo!
El
chico detuvo la melodía, sacó su guitarra del armario y empezó a tocar
la misma melodía de momentos antes. Rei sonrió. Claro que podía. Se
trataba de Sora. El mayor apartó la mirada y empezó a acariciar a la
gata, escuchando con atención el sonido del instrumento. Pero entonces
un ruido extraño y desagradable lo interrumpió. Rei hacia el joven y se
lo encontró mirando desconcertado la cuerda rota, asimilando lo que
acababa de pasar.
—¿Eh? ¡¿Eeeh?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué se ha roto?! ¡¡Arg!! ¡Mierda!
Rei empezó a reír.
—¡No te rías! —le gritó Sora—. Mierda, voy a buscar a ver si tengo por aquí.
—Yo
ya me voy. —Rei puso la gata a un lado, se levantó y sonrió burlón al
verlo desesperado buscando cuerdas nuevas para la guitarra—. En este
cuarto tan desordenado vas a encontrar algo mañana.
—Cállate. ¡Arg! ¡Lárgate, ¿no habías quedado?!
—Ya me voy, ya me voy —dijo el mayor saliendo por la puerta—. Y mejórate.
Una
vez salió del apartamento Rei le mandó un mensaje a Yuki. Habían
intercambiado los números y los correos el segundo día que se vieron.
Esta vez habían quedado para ir a la cafetería en la que comieron el día
que se conocieron.
—¡Eh, Asakura! ¡Toma esto! —gritó alguien.
El
borrador de la pizarra no tardó en llegar y golpear a la joven, que se
había protegido la cara con ambos brazos. Se le quedó un rastro te tiza
en su uniforme azul oscuro. Pero no reaccionó. Casi incluso parecía...
¿feliz? Sin quitar el hecho, claro está, de que mantenía su rostro
inexpresivo.
Por más que trataran de molestarla y hacerle daño, ella
no se inmutaba. La razón para ella era muy obvia: hacía dos semanas
desde que había conocido a Rei. Encontrar un amigo en el que confiar
había provocado grandes cambios en ella. Hacía tiempo que se había
resignado a permanecer sola, pero parecía que ya no tendría que hacerlo.
Eso era peligroso, puesto que a lo mejor se estaba precipitando y él
podría acabar traicionándola en los próximos días. Pero quería
arriesgarse.
Al salir miró el mensaje de Rei y se puso en marcha.
Pensaba en lo divertido que era estar con él. Lo a gusto que se sentía.
Era una sensación similar a...
Yuki se detuvo y dirigió su mirada a
la casa frente a la que estaba. Su rostro inexpresivo se tornó triste.
La echaba de menos. Muchísimo. Ya habían pasado dos años...
Apartó la
mirada y caminó despacio hasta su casa. Otro mensaje de Rei le llegó,
recordándole dónde la esperaría. Entonces se dio cuenta de que llegaría
tarde si no se daba prisa y empezó a correr con todas sus fuerzas. Al
llegar a su casa se metió directamente en la ducha... otra vez. Su madre
y sus hermanos de nuevo quisieron llamar su atención, pero ella volvió a
decirles que iba a salir y que no se podía entretener, lo que provocó
el enfado de su hermana Hikari.
—¡Otra vez! ¿Pero con quién demonios sale tanto? —exclamó.
Se dejó caer en el sofá.
—Déjala, Hikari, nunca sale. Y parece que se ha arreglado con Kaori-chan —le dijo su madre.
—¡Pero yo tampoco salgo nunca y no me pasa nada! —se quejó.
—Tú sí sales. Con el club de atletismo. A todo esto, ¿no deberías estar estudiando?
—Emm... —Hikari trató de buscar una excusa.
—¡Vete arriba ahora mismo arriba a estudiar!
—¡Pero no quiero! ¡Va a empezar ahora un anime que quiero ver!
—¡Te
pasas todo el día leyendo manga y viendo anime! ¡¿Y los estudios qué?!
¡No quiero ver que bajes del primer puesto como sigas así!
—¡Quedarse en el primer puesto no es difícil!
Yuki
escuchaba desde la ducha los gritos de su madre y de su hermana.
Imaginaba la escena: seguramente su madre le había quitado el mando y
Hikari hacía todo lo posible por cogerlo.
Trato de arreglarse lo
más rápido que pudo y salió por la puerta corriendo. Intentó acelerar el
paso hasta la estación varias veces
para llegar antes, pero siempre se veía obligada a caminar más despacio
al no tener demasiada resistencia. El viaje en tren no tuvo demasiadas
complicaciones. La chica sólo se dedicaba a mirar la hora una y otra vez
en el móvil al ver que llegaba un poco tarde. La sorpresa no fue
pequeña al encontrarse a Rei en la puerta de la estación mirando el
móvil.
—Pensaba que me esperarías en la cafetería —dijo ella.
Rei sonrió guardando el teléfono en el bolsillo de la gabardina.
—Quise esperarte aquí. —Su sonrisa se desvaneció al ver el rostro serio de la joven—. ¿Quizá no querías?
Ella sacudió la cabeza efusivamente.
—No, no, está bien —respondió.
Él volvió a sonreír y le hizo un gesto con la cabeza.
—¿Nos vamos?
Los ojos de Yuki brillaron por un momento y asintió con la cabeza, avanzando junto a él.
De
camino a la cafetería Rei la miraba con poco disimulo frunciendo el
ceño y moviéndose de un lado a otro como si buscase algo. Hasta que
finalmente se quedó pensativo y mirándola de reojo de vez en cuando.
—¿Qué pasa? —preguntó incómoda Yuki.
—¡Ah! Lo siento —se disculpó él—. Es sólo que no parece que estés a gusto conmigo.
—¿Eh?
—Es que... bueno... Nunca sonríes. Parece que vinieras obligada por mí.
Yuki negó con la cabeza rápidamente.
—¡Me gusta estar contigo!
—Quizá sea cosa mía, pero creo que jamás me has sonreído.
—No es por ti —afirmó—. Es sólo que... no se me da bien sonreír...
Rei
quiso decir algo con respecto a eso, pero decidió callar, limitándose
todo el trayecto hasta la cafetería a mirarla de reojo. De verdad había
muchas palabras que se estaba guardando. Por suerte, se sintió menos
tenso ante la situación al llegar al establecimiento y sentarse frente a
la mesa. Yuki como siempre, no hablaba mucho, y él no pudo evitar
sorprenderse cuando ella empezó una conversación:
—En... en menos de un mes es San Valentín... —Se le veía nerviosa y parecía un poco ruborizada.
Rei frunció el ceño y dejó por un momento de comer el pastel.
—¿Y qué pasa con eso?
—¿P-podría...? —Parecía que buscaba las palabras correctas—. ¡¿Podría darte chocolate?! —preguntó sonrojada.
Rei,
que en ese momento iba a tragar un trozo de pastel, se atragantó y
empezó a toser. Cuando por fin logró respirar, se limpió la boca con una
servilleta y dijo:
—A ver, Asakura-san, espera un momento. ¿Cuánto nos llevamos?
—¿Eh? Doce años.
—Exacto. ¿No crees que sería raro que me dieras a mí chocolate en San Valentín? ¿No deberías dárselo a alguien más de tu edad?
—¡Es que no tengo ningún otro amigo al que dárselo! Y además, será sewa, no honmei.
—¡Eso
no tiene nada que ver! —Rei lo reconocía, le resultaba violenta la
idea—. ¿Tan importante es darle a alguien chocolate en San Valentín?
Yuki
lo miró atentamente unos segundos y después bajó la cabeza. Parecía
¿triste? Era difícil saberlo con un semblante tan inexpresivo como el de
ella.
—Está bien —aceptó finalmente—. Pensaré qué darte por el Día Blanco.
—¡Eso no es necesario!
—Claro que lo es —interrumpió él—. Tú me vas a dar chocolate, tendré que darte algo. Y además... quiero hacerlo.
Yuki asintió levemente y Rei empezó a comerse su pastel de nuevo.
—Oye, Himura-san.
—¿Hum?
—¿Por qué no tienes novia?
Él volvió a atragantarse.
Salieron de la cafetería y de nuevo el ambiente se tornó algo
incómodo. Yuki seguía callada y Rei no sabía qué clase conversación
sacar durante el paseo.
—¿Hay alguien que te guste, Asakura-san? —Él
mismo se sorprendió de lo que había preguntado, pero es que no se le
había ocurrido otra cosa mejor—. Ah, no tienes que responder.
Ella lo miró atentamente con sus enormes ojos bien abiertos y negó levemente con la cabeza.
—No, no me importa hacerlo. Hará un año que estaba enamorada de mi senpai, pero eso ya pasó —respondió agachando la cabeza.
—¿Qué pasó?
—Me rechazó.
Su
respuesta fue tan firme que incluso sorprendió a Rei. Era claro el
hecho de que lo había superado con creces. Casi parecía que... no le
importaba.
—¿Y no hay nadie que te guste ahora?
Ella negó con la cabeza.
—¿Y cómo era ese chico? Tu senpai, digo.
—Bibliófilo.
¿Y
ya está? ¿No había nada más que decir de él? Rei hizo un mohín de
desilusión. La conversación iba a acabar ahí de eso estaba seguro.
La joven entonces se encogió. Parecía que le acababa de dar un escalofrío.
—¿Qué te pasa? —preguntó él.
—¿Eh? Nada, no es nada... —murmuró.
Sus manos temblorosas estaban entre rojas y moradas por el frío y ella más pálida de lo normal.
—¿Tienes frío?
—No, no es eso... ¿Qué haces?
Rei
se quitó la bufanda y se la colocó a ella alrededor del cuello, encima
de la suya, y se despojó de los guantes, poniéndoselos a ella.
—Te van a estar muy grandes, pero servirá mientras. ¡Venga, vamos! —agarró a Yuki de la mano y empezaron a correr.
—¡E-espera! ¡¿Adónde vamos?! —preguntó ella incapaz de seguir su ritmo.
—A por unos guantes para ti —respondió él girándose hacia atrás y sonriéndole.
—¿Eeeh? ¡Pero...!
Al girar una esquina, Rei se detuvo y Yuki se paró a respirar.
—Aquí es donde vivo —dijo él entonces—. Espera un momento aquí.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No me dejes sola! —exclamó.
—Sólo será un momento. Vuelvo enseguida —dijo esto ya corriendo hacia el bloque de apartamentos.
Yuki suspiró resignada y tragó saliva. No le dio tiempo a mirar a su alrededor cuando una mano le tapó la boca.
—Por fin solos, Yuki-chan —le dijo el dueño de la mano. Persona a la que Yuki conocía demasiado bien.
Todos los músculos de la chica se tensaron por el terror...
—¡Aquí estáis! —dijo Rei para sí mismo cogiendo los guantes con una sonrisa.
Pero
entonces su sonrisa se borró y se le heló la sangre. Un grito femenino
de una voz que conocía resonó en la calle. Entonces sus piernas
empezaron a moverse solas. Tiró los guantes a un lado y bajó las
escaleras a toda velocidad, saltando incluso varios peldaños a la vez
con tal de llegar lo más rápido posible. Al salir al exterior, puso las
manos en forma de bocina y gritó:
—¡Asakura-san! ¡Asakura-san!
Empezó
a mirar a su alrededor y vio a varios chicos muy jóvenes vestidos de
negro salir de un callejón. Uno de ellos en concreto parecía llevar algo
que goteaba sangre. Y así era...
Rei fue directamente al callejón y
se encontró una imagen que le hizo retorcerse por dentro. Yuki se
levantaba del suelo. Su gorro en forma de orejas de gato estaba tirado a
un lado y su cabello despeinado. Su rostro, siempre inexpresivo, esta
vez estaba cubierto de lágrimas y reflejaba terror y dolor físico y
emocional. Bajo ella había una enorme mancha escarlata que parecía
provenir de su mano izquierda mezclándose con la nieve .
Rei en ese
momento quería hacer dos cosas: salir corriendo tras esos hijos de puta y
acudir en la ayuda de Yuki. Se decantó por lo segundo, pues aunque
corriera tras ellos, no sabía a dónde habían ido.
—¿Quiénes eran esos? —preguntó.
—No lo sé, no los conozco.
Rei cada vez estaba más enfadado.
—¡¿Me
estás tomando por imbécil?! —gritó—. He estado haciéndome el tonto todo
este tiempo. Sé que hay alguien que te está haciendo daño y no me lo
quieres contar. ¿Y sabes? Lo entiendo. Todavía soy un desconocido. ¡Pero
lo que no voy a aguantar es que yo lo vea y me mientas!
Yuki lo
miraba con los ojos abiertos como platos. Las lágrimas no tardaron en
salir una tras otra. Bajó la cabeza y se tapó la boca con la mano
limpia, intentando que sus sollozos fueran lo menos audibles posibles.
Rei entonces la rodeó con sus brazos con suavidad. ¿Cómo podía
reprocharle nada? Era culpa suya.
—Lo siento. No volveré a dejarte sola —susurró—. Vamos al hospital —dijo levantándose tras una pausa.
Ella lo agarró en desesperación de la gabardina.
—¡No! ¡Es sólo un arañazo!
—¿Y qué tiene que ver?
—¡Si vamos llamarán a mis padres! ¡No puedo contarles lo que ha pasado! ¡Y tú también estarás en problemas!
—Me arriesgaré —la agarró de la muñeca sana.
—¡Tú sí, pero yo no! ¡Yo soy la que esta herida, no tú!
—¡¿Y qué puedo hacer?! ¡Ha sido culpa mía!
—¡Entonces asume la responsabilidad!
Rei apretó los puños y tiró de la muñeca sana de la joven, haciendo que se levantara.
—¡Espera! ¡No! ¡No quiero ir al hospital!
—No vamos al hospital —afirmó—. Vamos a mi casa.
El rostro lacrimoso de Yuki mostró entonces sorpresa. Se dejó guiar por
él y dejó de oponer resistencia. El apartamento de Rei no era demasiado
grande y tampoco tenía demasiadas cosas allí. Yuki se sentó en el suelo
para quitarse las botas antes de entrar, pero Rei se adelantó y empezó
él a quitárselas sin mirarla siquiera a los ojos.
—L-lo siento... Es que creo que es mejor que no hagas nada con esa mano —le señalo la muñeca ensangrentada.
Ella negó con la cabeza.
—Está bien. Apenas duele.
Rei sacó un botiquín de uno de los armarios.
—Destápate la herida —dijo sentándose en el suelo frente a ella.
La
muchacha vaciló un momento. Tragó saliva y se remangó el jersey. Los
ojos de Rei mostraron su completa sorpresa al ver que el corte de su
muñeca no era el único.
—No me los he hecho yo —aclaró ella antes de él dijera algo.
Algunos
ya habían cicatrizado hacía tiempo y otros se habían curado más
recientemente. Él hizo una mueca. Sentía ganas de pegar a esos tipos.
—¿Me puedes contar qué ha pasado?
Ella
se quedó en silencio, y eso a él le irritaba. Terminó de desinfectar la
herida y la hemorragia se detuvo. Le puso una gasa con yodo y empezó a
vendarle la muñeca.
—¿Puedes decirme al menos quiénes son esos tipos? ¿O por qué te han hecho esto?
Yuki
contuvo las lágrimas. Quería llorar. Quería correr, gritar a toda voz.
Quería terminar con todo su dolor. Había muchas cosas que quería hacer
en ese momento. Pero también tenía claro lo que no quería: no quería
preocupar a Rei, y sobre todo... No quería morir. Sabía que a pesar de
lo que dijera... esa persona, había gente que sí la quería de verdad. Sus padres y sus hermanos la querían. Lo sabía.
—¿Me das un tiempo para contártelo? No me gusta hablar de este tema.
Él la miró con compasión. ¿Cuánto dolor albergaría el corazón de Yuki? Sin más, la abrazó.
—Esperaré. Sólo confía en mí, ¿de acuerdo?
Ella asintió dejando salir sus lágrimas con el rostro pegado al pecho de Rei y correspondió al abrazo.
—Himura-san —llamó.
—¿Hum?
—¿Puedo quedarme aquí esta noche?
Los ojos de Rei se abrieron por completo.
—Pero... ¿tú te estás oyendo?
—Sé
lo que he dicho —afirmó ella—. Es que... —Trató de buscar cómo empezar—
Es que no quiero regresar así a casa. Y menos... después de lo que ha
pasado.
Rei comprendía a lo que se refería.
—¿Y qué vas a hacer mientras?
—¿Tienes lavadora?
La pregunta lo pilló por sorpresa.
—Pues... sí, ¿por qué?
—Entonces, si no te molesta, ¿puedo quedarme?
—Pero Asakura-san... ¿Tus padres no se preocuparían? Además, puedo meterme en problemas.
Yuki
bajó la mirada. Rei empezaba a no poder soportar ver a la joven de esa
manera. Sentía que el corazón se le rompía. Parecía una muñeca de
porcelana capaz de quebrarse con el más mínimo roce. Y así quizá se
sentía ella, como un juguete al que le daban demasiado uso para sólo
divertirse.
—Esta bien —dijo él.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Puedo entonces lavar la ropa?
A
Rei le pareció obvio, ya que estaba cubierta de sangre. Y seguramente
esa sería una de las razones por las que no deseaba volver a su casa.
—¿Y qué te pondrás?
—Préstame una camiseta.
Rei había puesto la lavadora con el jersey, el abrigo y las medias de
Yuki. A pesar de que al principio le pareció bien, ahora pensaba que no
podría haber sido una idea peor. La joven ahora sólo llevaba los
pantalones cortos que había llevado todo el día y una camiseta enorme de
él. Rei había buscando la más grande y larga que tenía por si también
quería lavar los pantalones, pero afortunadamente no había sido así.
Ella, por su parte, hablaba por teléfono.
—Kaori-chan —dijo con
suavidad. ¿Cuándo dejaría de llamarla de esa manera?—. Necesito que
hagas una cosa por mí. —Hizo una pausa—. Si mis padres llaman, diles que
estoy allí.
Se hizo silencio al otro lado del teléfono. Y entonces Kaori habló.
—¿Y por qué haría yo algo así?
Yuki no pudo evitar enfadarse.
—¡Es sólo un favor! ¿Tanto te cuesta hacer esto por mí? ¿No crees que me lo debes?
Kaori calló por un momento.
—No creo que te deba nada, pero lo haré porque me das pena.
La furia se apoderó de Yuki.
—¡Vete a la mierda!
Y colgó. Respiró hondo. Tenía que aparentar serenidad ahora. Iba a llamar a sus padres.
—Mamá —dijo controlando el temblor de su voz—, voy a quedarme en casa de Kaori-chan, ¿puedo?
—Claro que sí, mi vida. ¿Pero qué pasa con el pijama y lo demás?
—Los pijamas de Kaori-chan me están bien. Me va a prestar uno.
—Está bien... Oye, Yuki.... ¿Te ha ocurrido algo?
Ahí
estaba. Su madre siempre se daba cuenta de esas cosas, aunque Yuki
últimamente había mejorado mucho en ocultarle las cosas tan horribles
que le pasaban. No es que a Yuki le gustara mentir a su madre u
ocultarle cosas. Era sólo que no quería preocuparla. Sus padres no
soportaban verla como estaba, y ella no soportaba verlos así por su
culpa. Así que había decidido ocultárselo.
—No, no ha pasado nada.
—¿Seguro?
Otra vez...
—Sí, seguro.
Yuki tragó saliva esperando que la creyera.
—Está bien. Llámanos si pasa algo, ¿de acuerdo?
—Sí.
Colgó el teléfono y fue tímidamente hacia donde estaba Rei.
—Ya llamé a casa. Dije que estoy en casa de Kaori-chan, y como mañana
no hay clases, no se sorprendieron. También llamé a Kaori-chan para que
me cubriese —dijo con voz suave.
—¿Kaori-chan es una amiga?
—Lo era —respondió sin mirarlo a los ojos.
Él decidió cambiar de tema, tratando de hacerla sentir mejor:
—¿Qué quieres cenar? No es que tenga gran cosa, así que no puedo hacer nada muy elaborado. Casi todo es ramen del instantáneo.
—Eso está bien.
—Oh, pero... —dijo mirando en los armarios de la cocina— todos los que tengo son picante.
—¡Está bien! ¡Me gusta la comida picante!
Rei frunció el ceño.
—¿En serio?
Ella
asintió con efusividad. Por el aspecto de Yuki, parecía más bien una
chica a la que le gustaba la comida dulce. En ningún momento hubiera
esperado que esos labios sonrosados disfrutaran de la comida picante.
—Pensaba sinceramente que te gustaban las cosas más dulces.
—Dulces sólo puedo comer chocolate. Y quizá nata. Puede que algún dulce más. Como el helado.
Rei
recordó que Yuki siempre pedía cosas saladas y a veces amargas. Había
descubierto que le gustaba el café, pero no solía echarle mucha azúcar,
lo cual tenía sentido si era como ella decía.
Durante la cena Rei
trató de buscarle conversación, pero ella daba siempre respuestas
cortas. Quizá se debía a que cuando estaba cenando prefería no hablar
demasiado, o quizá era simplemente porque formaba parte de su carácter.
Rei intentó no sentirse molesto por ello. Sabía que debía sentirse bien
con él si había querido quedarse en su casa a pesar de todo. La hora de
dormir llegó después y Rei sacó un futón del armario.
—¿Dónde vas a dormir tú? —preguntó Yuki.
—Sólo
tengo un futón, así que supongo que en el tatami —respondió él, y
sospechando lo que ella iba a decir, se adelantó:— Y no vayas a decir
que tú vas a dormir en el suelo, porque no lo vas a hacer.
La
discusión se prolongó un poco más de lo debido, y al final terminó por
ganar Rei, así que Yuki se acostó en el futón a regañadientes. Para su
sorpresa, Rei se sentó junto al futón y le agarró la mano.
—Apuesto que tendrás pesadillas con lo que ha pasado hoy, así que
duérmete, que yo no me iré de aquí en toda la noche. Yo te protejo.
Él
mismo sabía que era una excusa barata, en realidad lo estaba haciendo
por placer propio. Pero ella se sentía tan cómoda y tan tranquila a su
lado... Por ello no tardó en quedarse dormida.
Con la llegada de la
mañana, Rei se despertó. Estaba sentado junto a la pequeña
Yuki sujetando su mano. Le acarició levemente la cabeza, aunque en
realidad quería hacer mucho más. Después se preparó para ir a trabajar.
Cuando
Yuki se despertó, Rei ya se había ido. Le había dejado una
nota diciéndole que el desayuno y el almuerzo los tenía en la nevera y
que la ropa ya estaba lavada y seca (de la secadora). Yuki se puso su
ropa y comió lo que el hombre le había preparado, y mientras esperaba
que él
llegase del trabajo para que la acompañase a su casa, se puso a leer
varios libros y tomos de manga que Rei tenía fuera. Parecía que era un
lector bastante activo, aunque Yuki no sabía de dónde podría sacar el
tiempo entre el tema del trabajo y ella misma. Pero si él no le había
dicho que era una molestia, ella tampoco iba a pensarlo. De vez en
cuando encendía el televisor, pero no había nada interesante, así que
siguió con la lectura. Una de las cosas que le llamaban la atención a
Yuki era la cantidad de manga shoujo y josei que tenía Rei. Era
realmente sorprendente.
Entre tanta lectura, Rei no tardó mucho.
—¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó él al llegar.
Ella
asintió. Pero se quedó un poco más, hablando con él. Llegado un momento
se pusieron en marcha en dirección a la estación. Esta vez Rei también
la acompañaría hasta su casa de nuevo.
Sora se encontraba en supermercado de 24 horas. Había cosas que le
hacían falta para la cena. Era un cocinero excelente, y como ya se
sentía mucho mejor de su neumonía, había decidido aventurarse a salir.
Pero de nuevo no se había abrigado demasiado. No llevaba bufanda, ni
guantes, ni gorro. Ni nada aparte de su camiseta negra de mangas cortas
debajo de su chaqueta de cuero del mismo color.
Aunque en un
principio sólo iba a comprar cosas para la cena, el muy goloso había
cogido también un bote de miel y varios pastelitos. ¡Adoraba los dulces!
—¿Lo llevo todo? —se preguntó a sí mismo en voz alta justo antes de salir por la puerta.
Abrió
la bolsa e hizo recuento de lo que necesitaba. Al ver que sí estaba
todo, cerró la bolsa, y al levantar la mirada vio a su amigo Rei junto a
una chica muy bajita con el cabello cortado como un chico
recogiéndose el flequillo con dos horquillas hacia un lado. ¿Era la
chica de la que hablaba Rei todo el tiempo? ¿La chica que había conocido
hacía poco? Se quedó paralizado con los ojos completamente abiertos
mirándola a ella, y cuando pasaron de largo del supermercado, Sora salió
corriendo al exterior y observó cómo se alejaban.
—No puede ser... ¿Ésa es... Yuki-chan?
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